La sensación de cierre siempre nos lleva por un viaje mental difícil, cuando la comparamos con: final para siempre, desaparición, ruptura, es decir con conceptos definitivos, sin detenernos en que el cerrar algo desde la conciencia y el amor, no es más que ratificar su importancia, honrar su fuerza y limpiar cualquier herida abierta que haya quedado escondida.

Nos duela o no, la vida se compone de finales y comienzos, de cierres y aperturas; cuando el miedo nos aprieta el pecho, escapamos como delincuentes comunes, por la puerta de atrás, quedando condenados a la repetición de éstas desagradables experiencias, y perdidos en lo que parece un laberinto de trampas.

Cuando asumimos, no ausentes de dolor, la necesidad de cerrar algo (Relaciones, trabajos, sociedades, negocios, o cosas cotidianas), nos fastidia y muchas veces, hasta lo encontramos inútil, por eso lo postergamos, nos hacemos los locos, o simplemente lo hacemos rogando no dar la cara. Todo esto se convierte en un factor vinculante con el hecho o persona, quedando inconscientemente atados y la vida, por otro lado, haciéndote repetir sucesos para que te des cuenta de que dejaste la mitad del ciclo de abierto par en par.

En una cultura donde nunca nos explicaron que las cosas vivas, todas, se transforman, y que en este período, al igual que el plomo en el laboratorio alquímico, se desaparece a veces dejando sólo un zumbido, y dejando a los alquimistas en un hilo de ansiedad por ver si aquel metal termina transformándose en oro, o se devuelve a su origen en el plomo mismo. Así nos ocurre en la vida, el terror a someter a una relación finalizada, un lugar de trabajo vencido, una forma de realizar las cosas cómoda pero poco productiva, al laboratorio alquímico y sus debidas consecuencias: el dolor, la ansiedad de la espera y la paciencia en deleitarnos en su transformación, sólo es posible en seres valientes y adultos.

Juan José es un muchacho de 27 años que pasaba por su primer divorcio; aquel día venía del tribunal, de haber firmado la sentencia, con los ojos chiquitos y con el trasnocho marcado, era hermano de un buen amigo y lo conozco desde niño. Al verme me saludó afectuoso y me contó de dónde venía, y al verle el aspecto, lo compadecí y le pregunté si le había pegado mucho, a lo que me respondió que un poquito pero lo que estaba trasnochado porque había pasado la noche con la que ahora era su ex. Me quedé perplejo y me dijo con firmeza: -«Es modernidad, Carlos, modernidad», entonces, al yo no reaccionar me explicó que ella, su ex, tiene su novio con quien espera casarse, él también tiene la suya, pero ellos dos hacen muy rico el sexo y se encuentran, por lo menos, una vez al mes, y pasan momentos inolvidables. No es mi interés ningún juicio moral al respecto, sólo me sirva para ilustrar lo que es la inconsciencia; en este pastel nadie puede realizarse en el amor, y todos, lo aseguro, terminan sintiendo vacío y soledad.

Un cierre de ciclo culmina cuando encontramos la luz que se traduce en una sensación de paz y plenitud, que sólo puede lograr en nosotros, al recordarla, mucho agradecimiento.

Los pasos a seguir son: 1) Conciencia de necesidad de cerrar, 2) Enfrentar la situación con el adulto en mí, 3) Expresar lo que necesito para compensarme y compensar al otro, 4) Utilizar el perdón y/o el agradecimiento, 5) Retirarme para que el duelo se active, 6) Esperar 7) Ver la luz. Estos siete pasos no tienen tiempo determinado, poseen en sí EL TEMPO DEL ALMA.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga