Es común en pacientes, amigos y hasta en uno mismo, este comentario: -«Es que estoy encerrado en una relación, trabajo, situación con el dinero o con otra persona, y no puedo liberarme de una buena vez». Gente en relaciones con dinámicas repetitivas, repulsivas y muy destructivas, pero: -«¿Y cómo las cambio?».

Este es un duro y muy común tema humano que nos remite al laberinto del Minotauro, donde por más vueltas que demos, por más habilidades que, se supone, tengamos, por muy buenas intenciones, nos quedamos encerrados en estos laberintos emocionales donde aparentemente no hay salida posible.

Julián tenía cuatro años de casado, dos niños pequeños y una esposa harta de la vida que llevaba, en la que no se sentía apoyada por él; y una amargura que a decir de ella: -«Es que, a veces me provoca salir corriendo y dejarlo todo». Ella, sintiendo que él era el más cómodo, llegaba y esperaba su casa limpia, sus niños cuidados y la comida lista, sin embargo, nunca su celular estaba conectado, y ni una llamadita para ver cómo estaban. El castigo de ella: la hostilidad, apenas monosílabos salían de su cara de piedra, como gritando un: «¡date cuenta!» que él no tenía forma de escuchar y él, harto de sentir que el meter la llave en la cerradura era enfrentarse a una dura y cruel batalla silente y agresiva. Si llegaba más temprano y la sorprendía con unas flores o con su dulce preferido, ella exclamaba: -«¿En qué andarás tú que pensaste en mí, de qué te sentirás culpable?» Si llegaba tarde para evitar, ella no le hablaba, no había comida preparada y el plato cocinado, tirado en la basura, como castigo. Cuando alguno, casi siempre ella, daba una tregua para hablar, era un rosario interminable de quejas que lo arrinconan y culpabilizan, dejándole la moral por el piso, y en eso, llevaban un año y medio, encerrados.

Si recordamos el mito del Minotauro, es Ariadna quien con un largo cabello, le va mostrando el camino de salida a aquél objeto de su amor prohibido. Por lo tanto, una situación detenida en nuestra vida, nos exigirá siempre esperar que lo femenino en nosotros, nos sensibilice, nos haga rendirnos, y de rodillas dejar que se muevan elementos que nos muestren el camino, a veces no tan corto como desearíamos, de regreso a la salida, a ver si somos capaces de establecer nuevas dinámicas, cosa que no es frecuente, si no hemos concientizado nuestra participación, pasiva o activa en la dinámica anterior. Y esto sólo será posible cuando, en nosotros de tanto padecer, decidamos detenernos y ponernos de rodillas ante lo que está, y allí nos preguntemos cosas como éstas, aunque en principio no arrojen respuestas: -¿Qué he creado yo?, ¿Cuánto de mí hay aquí?, ¿Qué de mí recibe de esto alguna ganancia inconsciente que hace que esto se perpetúe?.

Cuando soy capaz de formular estas cuestiones desde lo emocional, desde lo harto, desde lo más amoroso que poseo, algo comienza a brillar y quizás, ese cabello de Ariadna se haga presente como guía a la salida del laberinto.

El otro modo de salir es la huida, opción muy presente, sobre todo en nosotros los hombres, pero esto sería, con toda seguridad, la posibilidad de salir de un laberinto para entrar en otro, más sofisticado, que hasta ni laberinto parece, pero ahí está, ahí nos deja, inevitablemente encerrados de nuevo.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga