En muchas oportunidades, hemos oído, leído y experimentado, la fuerza destructiva de esa expresión opuesta al perdón, como es el odio. Sin embargo, no podemos negarle su imponente presencia y fuerte vínculo, tanto en el odiado, como en quien lo ejerce. Llama la atención, como el odio es el bastión de quien no consiguió su cometido, pero que tampoco se permite cerrar el ciclo con alguien o algo en particular. Sin embargo, acaricia la idea de la venganza como aquella cuerda invisible que mantendrá vinculada a la persona, con el objeto odiado.

El odio es de mucha fuerza, por eso roba, a quien lo ejerce, la energía necesaria para crear un ciclo de luz y volver a comenzar. Si estuviéramos en una fiesta a la cual llegan personas que nos estiman, sería una grata sensación, pero al entrar, la que sabemos que nos odia, enrarece la atmósfera y crea una tensión que da a conocer la fuerza de ese sentir.

En la anatomía del miedo, que en otras ediciones he explicado, corremos el riesgo de quedarnos enganchados en las dos primeras etapas (1-shock, parálisis 2-reacción emocional) y no pasar a la tercera que es, una vez realizada la catarsis, disponernos a liberarnos de la ofensa, bien sea, a través del perdón, de la compensación, etc. Con la sola intención de darle luz a lo que nos tocó vivir. Esto, tiene una razón de ser, que es importante tener siempre muy en cuenta; y es que la segunda etapa es muy vinculante, y desde ese odio que nos carcome y llega, muchas veces, a matarnos, nos mantenemos vinculados a lo que no queremos perder, ni soltar. La pregunta que nos quedaría ante este drama, lamentablemente, tan humano es: ¿Y nuestro propio valor? Creo que aquí, se vuelve a poner de manifiesto una frase maravillosa del libro Once Minutos de Coelho: -«…solo tienes que saber que lo que mueve al mundo no es la búsqueda de placer, sino la renuncia a todo lo que es importante».

El odio, en cualquier expresión, no tiene nada de malo sentirlo, todas nuestras referencias culturales, nos hablan de él, lo insensato, es permitir que se señoree de nuestra existencia, robándonos, poco a poco, la paz.

Por eso, me he dedicado tanto a hablar del cierre de ciclos, siempre admitiendo lo duro y difícil que se nos puede hacer, pero cuando, por una necesidad de vincularme con otro, transformo una historia de amor, un recuerdo, un tránsito, una estancia, una amistad, en odio y resentimiento, acabo con la historia, la oscurezco, la transformo en una espora que me roba lo mejor de mí y cierro mi corazón al amor.

Y lo más doloroso de todo, es que el odio, como el resentimiento, viéndolos en «Toma abierta», son siempre el producto de un punto de vista que sólo poseemos nosotros, y que nos condena, muchas veces para siempre, a esperar la oportunidad de vengarnos, o vernos vengados en nuestro supuesto enemigo, que no es más que la triste proyección de nosotros mismos.

El odio es el efecto de un corazón que responde a una mente que entiende la vida sólo desde el ganar o perder, y que, por supuesto, se siente pérdida, ante la transformación, el cambio o el final de algo, por muy doloroso que esto sea.

Transformar el odio en amor y agradecimiento, nos libera, y nos deja listos para amar. TRASCENDER EL ODIO Y CONVERTIRLO EN AMOR, ES SOLO PARA VALIENTES.

Recopilé algunas frases sobre el perdón y quiero compartirlas con ustedes: «El perdón es la venganza», Anónima; «Perdonando demasiado al que yerra, se comete injusticia contra el que no yerra», Baldassare Castiglione; «No desciendas hasta aquel a quien perdonas; elévalo hacia ti», Heinrich Heine; «Enseñemos a perdonar; pero no enseñemos también a no ofender. Sería más eficiente». José Ingenieros; «La última y definitiva justicia es el perdón», Miguel de Unamuno.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga