El pasado año, me tocó llegar a los Estados Unidos, el mismo día cuando se le declaró la guerra a Irak. Cuando llegué al aeropuerto, me esperaba el chofer de un lujoso carro para llevarme directamente a la sede de una cadena latina con mucho éxito de costa a costa. Al entrar en las instalaciones, se podía percibir la adrenalina de periodistas y productores que corrían, desesperados, quizás para darle respuestas, aliento o esperanzas a cientos de hispanos, que enviaban a sus hijos o nietos a la muerte, sin mucho saber por qué.

Les confieso que nunca me había detenido en profundidad en el tema de la guerra, y quizás, abrir mis ojos y mi corazón, era lo indicado en aquél momento. LA GUERRA ES AQUELLA CONFRONTACION A MUERTE ENTRE QUIENES NO SE CONOCEN, POR LOS INTERESES DE QUIENES SI SE CONOCEN, Y TERMINAN HACIENDO EL NEGOCIO, leí esta frase en algún libro, y en aquél momento la ratificaba como muy sensata.

Pero aquella confrontación era una más, de las que están plagadas nuestra historia universal desde que tenemos conciencia. Lo realmente trascendente, era ver qué nos decía la vida con aquella pesadilla, que sólo se puede justificar a la luz de un nacionalismo que sólo entiende y divide al mundo en: vencedores y vencidos, buenos y malos.

Lo que hoy me lleva a escribir éste artículo, tiene que ver con que aquella vivencia me enseñó algo que hoy, leyendo el más reciente libro de un amigo y brillante ontólogo del lenguaje, el colombiano Hugo Ramírez Ospina, y su obra: LA MAGIA DEL LENGUAJE , me vuelve como reflexión. Aún cuando los negociadores, los pacifistas, los políticos mediadores, son piezas claves para evitar, disuadir o disminuir confrontaciones; LA GUERRA YA NOS INVADIO. Y lo hizo desde el único vínculo y ventana que tenemos para ver y percibir el mundo: EL LENGUAJE.

La guerra, va más allá de una afrenta entre países, ideologías, negocios, etc., es una actitud de percepción del mundo y el mundo, comienza y termina en nosotros, y lo expresamos a través del lenguaje.

Si nos detenemos en el lenguaje del amor, tropezamos con expresiones como: -«Vamos atácala, vete con todo, no le des tregua, yo te doy la estrategia», -«En el amor soy un perdedor, me vencieron».

Si nos detenemos en el deporte, el arte de fraternizar, de unir, se muestra como una guerra activa, por ejemplo nos muestra Ospina , cuando se refiere a una reseña de un partido de fútbol en Colombia: «El equipo entró en el campo alineando en sus filas a sus mejores artilleros, quienes desde el principio lanzaron varios tiros al arco enemigo. Sabían que después de este duelo a muerte, sólo uno de ellos quedarían con vida…» ¿Nos extraña, entonces que en ese hermano país, la guerra cada día gane más terreno y deje más desolación? Si nos vamos al lenguaje de la salud, puedes sorprenderte leyendo en los hospitales, letreros como éstos: -«Lucha contra el cáncer, Liga antituberculosa. Destruyamos el cólera, A la gripe, combátala sin piedad», y así en todos los escenarios humanos se nos metió la guerra.

También nos invadió la familia, la amistad, la ciudadanía, los sentimientos y nuestras mejores razones. LA GUERRA SE QUEDÓ A VIVIR EN NOSOTROS; y sólo cuando la desmontemos de nuestro corazón y, por ende, de nuestro lenguaje, podremos trazar un verdadero camino hacia la paz mundial.

Propongo una verdadera ecología del lenguaje, y eso sólo depende del amor que estés dispuesto a ponerle a tu propia vida. Recordemos este pensamiento chamánico; «LO VERDADERAMENTE DESTRUCTIVO; NO ES LO QUE ENTRA EN TI; SINO LO QUE SALE DE TI».

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga