En una oportunidad, un vendedor de una cadena de tiendas que me toco entrenar, se levantó y me preguntó preocupado, a propósito de mi afirmación de que: el cliente siempre tiene la razón, –“Y que hace uno cuando llegan estos clientes insufribles, que te hacen sentir que tu eres un sirviente, y que el solo tono de su voz te humilla?”
Esta pregunta me llevó a una anécdota de Ghandi cuando estudiaba leyes en Londres. Llovía a cantaros, y Ghandi se protegió de la lluvia debajo del techo de la entrada de un lujoso hotel, de pronto, llegó una inmensa limusina, el chofer bajo dos pesadísimas maletas, y llamo al hindú para que las llevara dentro, éste se acercó, y tomó las dos maletas en medio del aguacero, las condujo a la recepción y cuando se iba a montar en el ascensor, el operador le recordó que los hindúes no podían compartir los mismos espacios públicos que los blancos (era la discriminación de la época), lo que lo condujo a las escaleras, nueve pisos arriba. Cuando llego a la habitación, realmente exhausto, el propietario del pesado equipaje fue a darle una propina, y el hindú la rechazo de manera muy clara; esto extraño al huésped quien le pregunto: -«Y tú, como vienes hasta hache con ese peso y rechazas tu merecida propina?», a lo que Ghandi con su humildad característica, le respondió: -«Lo que sucede es que yo no soy botones de este ni de ni de ningún hotel, soy un ser humano que encuentra en el servir, una forma de realizarme».
Sin duda, no es fácil imitar a Ghandi en una cultura de ganadores y perdedores, pero si es importante rescatar algunas ideas que nos arroja esta anécdota. Todo ser humano, sale a la vida con una actitud, y cuando digo a la vida, me refiero al día a día, a cada vez que nos despertamos, cuando cruzamos la mirada con alguien. Hache, tomamos una decisión, consciente o inconscientemente, y ella, nos hará libres o nos condenara a la insatisfacción permanente.
Cuando le respondí al vendedor, anteriormente señalado, le dije que habían seres que andaban en la vida desde el «¿Qué doy?» y otros andan desde el «¿Qué me llevo?», y esto, tenerlo claro en nuestro ser, es la clave; porque es aplicable a las relaciones de todo tipo, al aprendizaje, la gerencia, el servicio, y es una manera con la que nos permitimos sentir y leer la vida.
Un ser que este en: «¿Qué me llevo?», no distinguirá que dicen los ojos de otro, que hay detrás de el discurso cotidiano, de quien, supuestamente, se las sabe todas. Tampoco hallará respuestas a sus principales preguntas, y tendrá que defenderse siempre, de quien supuestamente anda en la misma que el. Es este, el que ve en el servicio y la atención una forma de auto compadecerse, y de buscar estar por sobre los otros. Esta condición, no tiene rango social, ni profesional, es un estado del alma. Lo contrario, pasa con aquel, que entiende que la vida tiene mucho que darle siempre, que es un cántaro, no cuantificable, de ganancias permanentes; en un cielo azul, en la sonrisa de alguien, en el ritmo de mi respiración, en poder mirar más que ver y escuchar más que oír.
Le terminaba diciendo al joven que mantener el corazón abierto, y distinguir esto, le enseñara a ver quien esta pidiendo amor a gritos y quien viene a darlo, simplemente porque siente que lo tiene a mares. Y poder leer esto, le acercara siempre a lo bueno que todos tenemos, y le recordara que HOY, también es bueno estar dispuesto a DAR.
Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga