Aprendí mucho de esto, con un paciente, hace algunos años. Venia por insistencia de su esposa, quien ya agotada de intentar reconciliar a Raúl, de 63, con su hijo Rubén, de 31, había tomado el mando de la situación, y entre sus medidas de emergencia, decidió mandarme a su marido quien, se resistía a cualquier tipo de reconciliación con su hijo, luego de la osadía que tuvo este, de graduarse, y el mismo día del acto, en la noche, anunciar su boda, una semana después.

-«Yo no merezco esto, -me decía airado- Rubén es mi único hijo y le di todo lo que pude, y cuando estaba recogiendo los frutos; va y se casa, sin ni siquiera avisarlo con tiempo». -«¿Qué quisieras de el?»-le pregunte- y me respondió que nada, sacándose del bolsillo un fajo de papeles escritos por el hijo, donde éste le pedía perdón, le explicaba lo sucedido y lo invitaba a reconciliarse. -«Esta porquería -refiriéndose a los papeles- tampoco me sirve». Total, esta situación se había alargado por cuatro años, que los habían deteriorado a todos.

Algo que me llamó la atención es que en las sesiones, Raúl, no hacia más que subrayar su generosidad: -«Yo le di todo, lo gradué, lo apoyé, yo soy un hombre de manos abiertas, para que me venga a hacer esto mi propio hijo». Me atrae el hecho, cuando asumimos y creemos que lo hemos hecho todo, quizás es en esos momentos cuando mas hay que hacer.

La dadivosidad es una forma amorosa de responder, es un desprendimiento consciente y controlado, inclusive que se podría medir y cuantificar. Son clásicas las parejas que luego de dejarse, cuentan una a una las dadivas importantes o no que hicieron por el otro; por los hijos, por los padres, por un trabajo y a veces los vemos en los medios diciendo lo que han hecho por un país. ¿Es esto importante? Creo que si, sin duda, pero no engloba la generosidad, precisamente porque no «Genera» mas, porque no trasciende porque se queda en la cuantificación y no en el amor, porque nos deja pendientes de lo intrascendente. He visto a mucha gente dadivosa estar totalmente presa en sus dadivas y, por ende, solo recibir de la vida.

La generosidad es de corazón abierto, es cuando sentimos que siempre somos ganadores, y que nada ni nadie viene a quitarnos lo que ya es nuestro y puede ser de todos. La generosidad genera grandeza porque no mide, y no por ello no pide. Pero el pedir es simplemente un delicioso juego para el orden, y no un instrumento de ansiedad.

A la cuarta sesión hablamos de este tema con Raúl, se sorprendió y se removió en su silla, hasta me pidió que lo dejara meditar aquello. Cuando volvió, me entrego un papel, era una carta muy escueta, escrita a puño y letra, donde decía: «Rubén, perdona, lo que pasó ya pasó te amo, y desde hace cuatro años siento que algo se fue de mí, solo quiero darte un abrazo: tu padre». Le pedí que la leyera en voz alta y lloró mucho, y cuando se calmó me dijo: -«Me siento tan bien, que ya no me importa si vuelve, yo lo amo», lo abracé y le dije: «Rubén te espera afuera». Me miro fijamente y me dijo «Definitivamente: HAY QUE VOLVERSE GENEROSO».

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga