Luego del anterior artículo acerca de la generosidad y la dadivosidad, llegaron muchos correos pidiéndome ahondara en el tema, específicamente en el «Cómo» lograr la transformación en nuestra vida cotidiana.
Ante todo, es importante subrayar que estas consideraciones son luces que se van encendiendo dentro de cada no, cuando impactan nuestro ser, y las podemos llevar en el dulce, pero muy difícil viaje hasta el corazón. Ese periplo maravilloso que transforma el conocimiento en sabiduría, lo verdadero en certeza y lo sensible en luz, es una voluntad de trascender que va mas allá de quererlo saber todo o de convencer a otros, simplemente es el brillo en la mirada de quien encontró algo que crecerá dentro de el, y como todo lo que realmente crece, dará frutos de luz en las miradas de otros. Digo todo esto, porque a veces las diferencias son tan sutiles que no parecen tales, y solo se registran en la sutil vibración de nuestra alma. Así que dejemos sea nuestra alma quien tome las riendas de nuestros sentidos para que el viaje llegue a su destino y cante a viva voz, en nuestros corazones.
La generosidad es el efecto de un ser que sabe que lo posee todo, aunque esto no se haya materializado, esta ahí, por eso, da desmedidamente sin poner freno ni límite, porque solo dando se tiene; y solo da el que sabe que tiene. Un ser generoso abre el corazón, por eso sabe decir que NO sin herir, simplemente porque su corazón, así de claro lo dicta. Un ser generoso ama simplemente y puede transformar ese amor, no acabarlo, ni destrozarlo, ni deshonrarlo.
La dadivosidad se expresa en el acto mismo de dar y recibir, se queda en la acción y siempre habla de pobreza, o acaso ¿Conoce usted a alguien que en esta acción, no este referenciando al otro o a si mismo como «Pobre»?
Expresiones como: –«Yo, que lo que gano apenas me alcanza para mí y viene esa/e a vivirme». -«Es que no se da cuenta de lo mucho que uno hace por el/ella». -«Yo en la vida lo que hago es dar». -«Como ya no me quiere, que me odie, pero no lo dejo»; -«Yo no tengo, a mí que me de el/ella, que sí tiene».
Expresiones como éstas, con razón o sin ella, son pura dadivosidad y expresan siempre la pobreza de alguien, y cuando esto se hace acto, todo se empobrece, nada crece, ni se genera nada nuevo.
La generosidad no se mide en actos, ni se cuantifica; una mirada, una sonrisa, una palabra sentida tienen un valor inmenso y generan nuevas riquezas, pues despierta, devuelve la fe, la esperanza.
Por eso, la generosidad es desde adentro, no es cambiando maneras de decir, o de dar, sino sintiéndonos poseedores de todo, del milagro este que llamamos vida y que cada amanecer se nos ratifica.
Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga