Siempre me ha preocupado aquellos individuos, parejas, familias, empresas y hasta equipos deportivos, donde todo siempre esta bien. Primero porque esto es realmente difícil, en una vida de cambios constantes mas, cuando se interactúa con otros, para lograr algo en común.

El año pasado me llego una joven pareja con su hijo adolescente, me argumentaban que el joven, apenas había pasado al segundo ano de básica, se había descarriado, sus notas habían bajado estrepitosamente y, si bien, su conducta era constantemente seria y tranquila, su cuarto era un caos y su aseo y cuidado personal dejaban mucho que desear. Cuando les pregunte a los dos como andaba su vida matrimonial y personal, se levanto ella, algo contrariada y me dijo: -«Nosotros estamos muy bien, somos una pareja estable, con mas de dieciséis anos de casados, con una vida solvente, profesionales respetados, y le hemos dado a ese niño todo, y vinimos con usted, porque ya no sabemos que hacer con el para que mejore».

La actitud de Silvia, me indico claramente que algo se escondía tras aquella altivez, y suficiencia, comparada con la de Cristóbal, quien miraba sumiso como su mujer llevaba las riendas de lo que se hace, se piensa y se dice. Todo el caos que Javier estaba causando llevaba ya once meses, tiempo en que nunca se hicieron la gran pregunta: ¿QUÉ NOS ESTARÁ MOSTRANDO NUESTRO HIJO, QUE NO QUEREMOS VER?

Muchas veces un miembro de la familia, del núcleo o de la periferia, una conducta particular de un allegado, mascota, etc., siempre que nos mueva, viene a decirnos algo, algo que no nos hemos permitido, y que al igual que la polilla, comienza a carcomerlo todo, hasta que un día, nos sentamos en la bella y estable silla de madera, y se nos destroza, todo bajo nuestra mirada de asombro y de supuesta inocencia.

Cabe destacar que ante situaciones de rendimiento escolar, ante todo, tiendo a decirle a los padres que es muy importante y necesario ejercer el liderazgo, reprender, hablar, observar mas que ver y escuchar mas que oír; pero no nos podemos olvidar que la conducta es el efecto de algo y quien ejerce la conducta, en este caso nuestro hijo, es fruto de nosotros y de nuestras vidas; y, si o si, siempre nos esta mostrando algo, de lo que seguramente ni nosotros mismos nos hemos percatado.

En principio, me negué a trabajar a solas con Javier, y les pedí que quería una sesión con mama y Javier, y la siguiente con papa y Javier, dejaba al joven afuera la primera media hora y luego lo hacia entrar, con ella, me fue muy difícil al principio, pero con Cristóbal, la sorpresa fue grande, cuando me dijo: -«Deje a Javier en casa de un amigo, aquí estoy porque si no me enveneno, llevo dos anos hastiado, me da lastima mi propia vida, soy profesional en lo que no me gusta, me case porque ella quedo en estado y no me atrevo a separarme, le temo, pero no me gusta, no la amo -arrancó a llorar- tengo mas de un ano sin tocarla, y ella como si nada, ambos jugando a la familia feliz, estoy harto de este silencio».

Aquí estaba la tarjeta amarilla que hacia casi un ano mostraba inocentemente este adolescente y que, en cualquier momento se pudo convertir en roja, transformando esta historia en algo mucho más doloroso.

Cuando somos capaces de preguntarnos siempre: «¿Cómo estoy?», nos convertimos en excelentes pasajeros del tren de la vida, sabiendo que ninguna estación es igual, ningún pasajero es el mismo, ni ningún paisaje será visto con la misma mirada, así comenzamos a ejercer este milagro maravilloso que llamamos VIDA.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga