Sin querer, ni remotamente pretender, dármelas de crítico cinematográfico, siento una gran inspiración por usar LA PASION DE CRISTO, para mí, una auténtica joya cinematográfica, como introducción oportuna y actual, para conversar un poco acerca de nuestras pasiones personales.

El mes pasado, me encontraba en un café vespertino, con una serie de compañeros de diferentes países, cuando llegué, éstos, en inglés, mantenían una acalorada discusión acerca del valor y del mensaje de este film de Gibson, que tanto polvo ha levantado. Suena extraño que este australiano haya creado tal fenómeno crítico, con una historia millones de veces contada, que católicos y no católicos, conocen al pelo y sin embargo, ha dejado a todos los públicos del planeta, en un auténtico impacto emocional y sensorial, quizás jamás antes vivido ni ante una historia, ni ante un personaje tan sagrado como Cristo y su pasión.

El tema de la mencionada discusión: el MORBO de la película, al mostrar el dolor y la crueldad humana en una forma tan cruda. Mi pregunta: ¿Acaso vivimos un mundo que nos muestra otra cosa en sus escenas más cotidianas? ¿Acaso el ataque terrorista a las torres gemelas en el 2001, disimulo el morbo de un grupo humano, sean quienes sean, que hubiesen planificado tal hecho y que nos hizo presenciar las escenas más dantescas? ¿Acaso nos es ajeno y carente de morbo las bombas que explotaron en el tren en Madrid en días pasados? ¿Acaso no es morboso que la televisión del mundo tenga en los primeros lugares de horario y sintonía programas donde se burlan de un ser humano, creándole una situación límite para que deje salir lo peor de sí y lo terminemos aborreciendo? ¿Acaso carece de morbo que los principales noticieros de latinoamerica comiencen por el triste recorrido de la página roja de sucesos, simplemente porque vende más?

Este artículo, dista mucho de ser una defensa al mencionado director, simplemente sería oportuno detenernos a reflexionar: cuán malos realmente eran los que torturaban a Cristo, cuán crueles eran aquellos que gritaban que Cristo era un impostor. Cuán cobarde era Pilatos para detener una acción que aunque le pareciera injusta, le podía costar el respeto, el poder y quizás hasta la vida. Cuan mal agradecido era un grupo humano que lo siguió y luego le pareció que no era su líder.

La crueldad, el morbo, la ceguera, no ha retrocedido ni un milímetro desde los principios de nuestra civilización, hasta nuestros días, el hombre es el mismo, su forma de encarar la vida es siempre CONTRA ALGO O ALGUIEN, por eso, nos cuenta tanto entender la tan repetida frase: TODOS SOMOS UNO.

Quizá, el estupor que la película deja en el público, es que en muchos momentos, nosotros mismos, hemos sido tratados con tanta crueldad, infamia y morbo como al mismo Cristo; y en muchos otros (Con nuestra lengua, con las intenciones y, hasta con nuestros pensamientos) hemos sido los crueles romanos que latigaban sin cesar a un ser, renegando todo de él. Es importante verla, y reflexionar acerca, no de lo que vimos, sino de lo que sentimos como seres.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga