En 1998, solicitó mis servicios como asesor, una empresa recién fundada por un venezolano, en una cercana república suramericana. La empresa se dedicaba al marketing y a la venta directa. Cuando hice mi primer viaje de diagnóstico, me entreviste con este entusiasta paisano, quien daba por hecho su triunfo porque contaba con el mejor staff de vendedores de aquel país. Le pregunté el por qué de tal afirmación, y me contó algo interesante: -«…formé esta empresa porque se me presentó una oportunidad de oro, a mí y a sesenta vendedores estrellas, nos sacaron de la empresa líder de este ramo aquí, injustamente, simplemente porque la compraron unos gringos, y decidieron salir de lo mejor del personal de ventas. Yo, ni tonto, con otro de los botados, pedimos un préstamo y formamos esta empresa, que le doy menos de un año para hundir a la que nos botó. Esto es un tiro al piso, y tengo a esa gente hambrienta de triunfo, para demostrarles a sus antiguos jefes lo estúpidos que fueron al salir de ellos, o de nosotros. Lo que me gustaría contigo es, que la semana entrante, cuando comencemos actividades, nos des una charla, de esas tuyas, llenas de energía para rematar este triunfo». Lo mire fijamente y le dije: -«Creo que no estas en lo cierto al pensar en triunfo, por lo contrario, creo que estas montado encima de una bomba de tiempo que puede explotarte en las manos, recuerda que el interés de tus empleados, en ningún momento es el desarrollo de tu empresa, simplemente, es la venganza hacia el enemigo, y esto, te guste o no, deja muy por debajo la energía necesaria para tu crecimiento, desarrollo y verdadero potencial, y solo deja disponible, la fuerza que provee la necesidad de venganza, para así, emprender una guerra que nunca tendrá ganadores, y si hablamos de perdedores, quizás no de inmediato, pero si pronto, todas las cartas de perder las tienes tu. Así que piénsalo, porque creo que no te voy a poder ayudar, porque el resentimiento, como materia prima, tarde o temprano, te la juega en contra».

Cuando yo decido ir contra alguien, o algo, con o sin razón, me pongo de un lado de la escena y me convierto en un observador que solo sufre, padece y siente, un pedazo de la realidad, y solo encontrara victoria, cuando logre derrotar, eliminar, o simplemente, desaparecer al otro. Por lo tanto, mi única victoria está en una derrota, y peleo, solo con la fuerza que me da el resentimiento y la rabia, una muy dañina materia prima para el sentir, que termina derrotando a todos, a unos por fuera, y a otros por dentro. ¿O usted es de los que, todavía ingenuamente, piensa que hubo algún ganador en cualquiera de las guerra de las que tenemos noticias, aparte claro, de los traficantes de armas, necesidades, o poder? Ninguna guerra trae ganadores, no existen, no pueden existir porque el precio para ganar es el dolor profundo de un grupo, quienes tarde o temprano, soy yo mismo.

El venezolano quien anteriormente, me iba a contratar, me dijo que lo sentía, que el me respetaba pero que el no iba arriesgarse a perder esa fuerza de su grupo humano, por mis creencias de «Comeflor». Esa misma noche, tome el avión y me regrese, satisfecho de no haber enfilado mis fuerzas hacia algo en lo que no creía. En el 2002, me encontré con este hombre y su señora en el aeropuerto de Dallas, me le acerqué y lo saludé, el, extrañado, me saludo y luego de algunas educadas muestras de cariño, me dijo: «Aprendí de la guerra y de la paz, de estar en y estar contra, de usar el amor y usar el resentimiento, creo que lo demás tu te lo debes suponer». Asentí, e inmediatamente, por los parlantes llamaban a mi vuelo.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga