Es natural oír a los pacientes en consulta, pedir que se les ayude a superar cosas como: el mal carácter, quisquillosidad, intolerancia, timidez, etc. Cuando he tenido la osadía de preguntar que cómo se imaginarían la vida sin eso, a lo que se refieren como obstáculo o impedimento para tener una mejor vida; me he llevado la sorpresa de observar que conciben o fantasean esto, como quien extirpa algo de raíz, sin dejar ningún rastro visible. Y eso, además de irreal, es simplemente un contra-sentido.
Es contraproducente concebirnos con cosas malas o buenas dentro, creo, que es más amoroso, y hasta real, vernos como seres en busca de amor, que hemos encontrado vías mejores y más sintónicas que otras, y las hemos utilizado a todo pulmón, hasta que ya nuestra propia vida nos grita que YA HAN VENCIDO.
Román es peruano, de 41 años, tres niños y llegó a mi consulta urgido de salir de una impaciencia que le tiene minada la vida y que le impide disfrutar de los procesos, su expresión fue: -«Necesito que me ayudes, no me soporto y hasta llego a odiarme, de tan impaciente que soy». Para su sorpresa, me sonreí y le dije: -«Cuéntame, qué ventajas has sacado en tus cuarenta y un años, de ser impaciente, tal como te defines». Román quedó perplejo y, luego de pensarlo, contestó: -«Bueno, si lo pienso bien, eso me ha dado, agilidad mental, capacidad de trabajo, rendimiento en las crisis, riesgo, inquietud, creatividad, y no sé que más». Yo hice silencio, esperando que mostrara la característica sonrisa de quien descubre un tesoro debajo del fango, y así fue, apareció en su rostro con una pregunta amarrada: -«Entonces, ¿Me toca quedarme como impaciente?».
No se trata de quedarse o no, lo que sucede es que lo que odiamos sólo puede odiarse más, no tiene forma de transformarse, porque las únicas transformaciones posibles son las que surgen del amor, de la reconciliación y de la rendición.
Es posible, que lo que nos pesa y molesta, nos esté gritando que está vencidísimo en nuestra vida, y requiere una transformación, la cual comienza, por reconocer que eso a transformar, ha sido un excelente y muy valioso PASAPORTE AL AMOR hasta hoy, y que reconciliándonos con esa fuerza, podemos bajarle la intensidad, la atención y volverlo luz para nuestra vida. Ahí radica el equilibrio y es éste el que nos conduce al alma.
Todos, cuando abrimos los ojos a la vida, lo primero que buscamos, casi con ansiedad, es cómo llegar al amor, y cómo garantizarme la atención de los seres que me interesan. Borrar estos caminos a cero, es perdernos en un vértigo que nos deja desasistidos de lo único que es fundamental para continuar la vida. Por eso, cuando nos reconciliamos, partimos no sólo de la idea, de que lo hemos hecho bien hasta hoy, sino, que nos impulsa a renovar nuestros caminos y tomar las nuevas vías que se nos presentan.
Es inútil tratar de ser normales, mejores; si no lo hacemos por el único camino de transformación: EL AMOR.
Quince días luego, de mi primera sesión con Román, éste llegó puntual a su segunda cita, y para mi sorpresa, llegó vestido con una franela que decía en letras grandes y rojas: PERMISO, AQUÍ VA UN HOMBRE IMPACIENTE HACIA EL AMOR.
Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga