Lo que precedió a la química fue la alquimia; mucho se ha escrito acerca de ella y sus hacedores: los alquímicos, investigadores, magos, poetas de los elementos y transformadores de sueños, etiquetas como éstas, eran algunas de las más comunes que apelaban a estos sabios de la materia. Entre sus muchas propuestas estaba el encuentro con la Piedra Filosofal, la fórmula de la Eterna Juventud, y entre las crónicas que recordamos como características, sin duda, está la de la transformación del plomo en oro.

Contaban que el plomo se sometía a altísimas temperaturas, hasta llegar casi a desaparecer en los recipientes, emitiendo un sonido ensordecedor que se describe como el aullido de una loba herida, en noche de luna y, luego de esta fase, se hacía un silencio profundo, donde la esencia del metal tomaba la decisión final: «Volver al plomo o transformarse en oro».

Este maravilloso proceso descrito, nos dice mucho acerca del vivir, de lo que percibimos, padecemos, sentimos o vivimos. Quizás el laboratorio habla de la vida, el entorno, las anécdotas, hechos, ocurrencias. El plomo, nos habla de lo que llamamos «Realidad»; lo que vemos, lo que creemos que realmente sucede. Las altas temperaturas, la probeta, los aullidos, y el silencio, hablan de lo que hacemos con lo sucedido; angustias, dolores, rabia, orgullo, soberbia; es decir del proceso al que sometemos lo vivido. Y por último, la decisión; en qué vamos a transformar lo sucedido: en ORO, llámese en aprendizaje, en luz, en inspiración; o en PLOMO: en sombras, resentimiento, dolor, intentos de olvidar, bajar santamarías, etc.

Sin duda, cualquier decisión lleva consigo muchísima responsabilidad, por parte de quien la toma, el oro implica trabajo, auto-compensación, perdón, flexibilidad, gentileza y mucha nobleza de corazón. Quedarse en el plomo, o en lo que yo he llamado las sombras, también; implica cargar una pesada e inútil referencia, sentir mares de oscuridad dentro, y que tu cuerpo acuse ese peso con alguna dolencia, enfermedad o sintomatología que te la recuerde con el dolor. Pero debo aclarar que es respetable, porque es una legítima, humana y, afortunadamente, «Nunca definitiva» decisión.

Hay autores que afirman que los seres humanos prefieren quedarse, inconscientemente, en el mundo del dolor y las penurias, porque allí siempre se sentirán acompañados, en cambio, en el del bienestar, hay soledad y trabajo constante. No es fácil ser oro, en un mundo de tanto plomo.

Sin embargo, tengo muy buenas noticias para ti, el laboratorio está siempre abierto, el fuego está siempre encendido, los recipientes listos, y seguro, si lo decides, aparecerá un abrazo amigo que te diga: TE QUIERO, y te apoye durante los aullidos y el silencio.

Ahora, si esto ha podido llegar a tu corazón, ¿Te imaginas dedicar el resto de tu vida, a convertir a las sombras en luz, el dolor en crecimiento, y tu plomo en el más reluciente oro?

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga