Pilar tiene treinta y ocho años, sin hijos, acaba de divorciarse, es representante de ventas de una importante empresa trasnacional; en su legítimo, pero extenuante deseo de «Crecer», se ha metido en cuanto curso, terapia, gurú, grupo de apoyo encontrara, agudizando su vacío y su sensación de estar sola y equivocada. Esta entusiasta mujer llegó una vez a mi consulta y, luego de decirme su número mágico, de nacimiento, su elemento, su color, su nombre sánscrito, sus identidades en vidas pasadas, y hasta lo que le deparaba su supuesta próxima vida, me miró fijamente y me dijo a punto del llanto: -«Y sigo triste, e inmensamente sola». ¿Quiere decir entonces que lo que hizo es malo, es mentira, los que lo aplican no saben? No, nada de eso, lo que sucede es que cuando los desequilibrios del SER, los queremos equilibrar con el HACER, el desequilibrio se va hundiendo en nosotros y haciendo que nuestra alma nos grite desde el dolor, la desolación, y la tristeza, que se constituyen como la traducción más típica de los gritos del ser. Nuestro miedo a intimar con nosotros, a escucharnos, a sumergirnos en aguas, a veces, pantanosas, consigue aparentes respuestas desde la mente, y ahí es donde caben estos maravillosos conocimientos y herramientas (yo he escrito, y grabado muchas de ellas), que se sienten como pañitos calientes cuando se trata del ser, de lo esencial.

Es lo mismo que tengas un profundo duelo por una pérdida, que llega a dolerte el pecho de tanto dolor, y yo, te regale un carro último modelo, quizás te logro sacar un rato, lo que dure la euforia, pero ésta es como la espuma y, al bajar, emerge todo de nuevo.

Lamentablemente, cuando el grito es del alma, el único camino posible es sumergirse en uno, vivir el duelo, reconocer tus subterfugios, atajos, trampas, para salir renovado y, ahí sí, la ayuda de un terapeuta puede ser determinante.

Pilar, con tres abortos provocados, por muchas y quizás válidas razones, el primero, a los diecinueve años, y los otros dos, antes de los veintiocho, sentía que la negación de su maternidad era el castigo que se merecía: fue la principal causa del abandono de su ex marido. El silencio de esta, vieja y profunda culpa la tenía calladamente atormentada. Esto no salió ni a la primera, ni a la segunda sesión, tuvimos que romper muchos diques para llegar a ese cocuyo que estaba esperando por un poco de luz. Cuando, luego de un año, me la encontré, nos tomamos un café, tenía semanas de embarazo, sus ojos brillaban de otra manera y seguía en su lindísima búsqueda ahora, muy clara de qué era lo ESENCIAL, y qué lo CIRCUNSTANCIAL.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga