Entendemos por atajos, aquellos recodos, pasajes o espacios que, aunque no estén delineados como caminos, nos permiten ahorrarnos tiempo y esfuerzo, para alcanzar un objetivo o meta.
Vivimos una cultura del desecho, querríamos tener un instrumento desaparecedor, y aplicárselo a todo aquello que nos molesta, o que creemos, nos causa el problema. Cuando vemos, cómo funcionan los centros de poder, en cualquier instancia, nos asombramos como: «Exterminar al enemigo», es la orden a seguir: -«Lo que moleste, quítalo del medio, extermínalo». Además, cada día nos llenamos de un mundo de objetos desechables que, simplemente, se botan al dejar de funcionar.
Así mismo, queremos mandar afuera, o a un internado, al hijo que perturba nuestra: ¿Paz?, al anciano, que ya sólo necesita que lo atiendan, al enfermo que desarmoniza mi tiempo y mi espacio; a la pareja que ya perdió la magia, al empleado, que ya no rinde igual; al negocio que no muestra tantas ganancias ahora, a mis padres que lo que hacen es «Joder», a mis amigos que son muy negativos, al país que ya no me cuadra. Y todo esto, se enmarca en nuestra «Linda» intención de tener una vida: más armónica, más espiritual, más conmigo.
Creo que el rumbo que realmente perdimos, es el de la vida, llámese el de conjugar el verbo vivir, en todos los tiempos, pero, sobre todo, en presente, en todas las personas, pero, sobre todo en la primera del plural: nosotros. Concienciar que vivir, es una acción que convive con otras fundamentales; para el crecimiento, para el sentido, para la grandeza y para la trascendencia, como forma de sentirse, y como camino a la única armonía. Estas son: asumir, reconocer, sentir, rendirse, encontrarse, tenerse, todos estos verbos son auxiliares del verbo vivir y necesitan del reconocimiento de lo que eres, de quién eres y de lo que eres capaz de transformar en ese capítulo, que con sólo amanecer, te toca escribirlo y protagonizarlo.
En mis años universitarios, tuve una gran amiga, a quien le perdí el rastro; hoy, cuando la recuerdo, reconozco en ella a la mejor terapeuta que tuve jamás, ésta dulce mujer, cuando tú te sentabas con ella y le contabas un problema, un conflicto, no te quitaba la mirada, te escuchaba atentamente, y luego que tú terminabas de hablar, hacía una pausa, y te decía tiernamente: -«¿Y qué vas a hacer con eso?». Cuando la oía se me revolvía todo, la rabia brotaba y muchas veces le grité que yo no la había buscado para que me dijera esa tontería, sino para encontrar luces; ella volvía a sonreír, y mirándome me decía: -«La primera luz es saber qué quieres hacer con esto -hacía una pausa- que no sea exterminarlo». Hoy entiendo el poder y la sabiduría de esas palabras, en esta aventura que significa, no sólo vivir, sino inspirar el corazón de otros para que vivan.
Continuaré en el próximo artículo hablando de este importantísimo tópico, pero les dejo hoy la reflexión que los carteles que están en el cerro Avila dicen: «Los atajos causan erosión». En tu vida también.
Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga