Volviendo con la conjugación del verbo vivir, me viene a la memoria la frase de Leonard Orr: -«El problema de la vida no es morirse, es vivir muriendo». Quizás esa sea la esencia real de una vida donde desechar, evitar y huir del dolor, sean la pauta de la falsa armonía, el amor mental y el evitar sentir.
Armando, tenía en su haber cincuenta y cinco años, un título de administrador, un infarto, una operación de corazón abierto, dos hijos, un matrimonio, donde dejó de pasar, hacía mucho tiempo, nada, y una silente, escondida y todavía apasionada, relación con su asistente, y a su anciana madre, quien era cuidada amorosamente por su mujer. Este hombre, llegó decidido a la consulta, y con determinación me dijo: -«Vine básicamente para una asesoría, estoy claro en lo que quiero hacer, y lo que busco en usted es que me aclare el cómo hacerlo». Armando me contó con entusiasmo, su plan de escaparse a Europa con su amante, ya tenían el comprador de su pequeño negocio de imprenta, ella había ya vendido su apartamento, ella era hija de europeos lo que facilitaría el «Gran golpe».
Al oírle, múltiples y optimistas, detalles del escape, lo detuve y le pregunté por aquello que dejaba, y quedé perplejo de su respuesta: -«Yo dejo los gastos cubiertos del mes en que me voy, y una cuentica común con mi mujer» en mi cara debió notar el estupor y el asombro, porque argumentó lo siguiente: -«Desde mi infarto, y consecuente operación, yo me llené de la literatura que hacen ustedes-definitivamente cada quien entiende lo que quiere- de autoayuda, y ahora, estoy claro que todos aquí somos adultos responsables, que yo cumplí y ahora me toca ser feliz, pero no quiero dañar, por eso me voy sin avisar, voy en pos de mi vida, de mis sueños, con la mujer de mi vida, y no quiero que ni la culpa, ni el dolor de ellos, me pueda sabotear mis planes». Y remató: -«El tren pasa una sola vez, y si no lo agarras lo pierdes».
Definitivamente la cultura que nos envuelve puede influir cualquier entendimiento, Armando era una prueba irrefutable de ello, para él desechar lo que tenía, era inminente para su felicidad, pero a escondidas, sin confrontarse con sus propios monstruos, y con los de los seres que lo aman, sin asumir el dolor que entrañan las grandes decisiones, sin el proceso de rendirse ante lo verdadero, lo trascendental; sin permitirse el proceso, si hubiera contado con un desintegrador, los hubiera desintegrado a todos, porque tomar el tren, era también, su auténtica desintegración.
¿Es Armando un ser malo? No, de ninguna manera, es un producto elaboradísimo de la cultura de la inconsciencia, del no sentir, de no escucharse, aún cuando estuvo días al borde de la muerte. De no aprender que su responsabilidad consigo, sólo se ratifica en su responsabilidad con otros. De no entender los ciclos, el amor, los procesos, que los entiendas o no, la vida te los va llevar a vivir y sólo tú decides cómo. De saber que la única forma de hacer una tortilla es rompiendo los huevos. Su deseo era legítimo, pero su forma de hacerlo estaba llevada por el miedo y avalada por la fantasía de vivir, no por la pasión de mirar hacia adentro, donde realmente habita la vida. Le dije todo esto, apasionada y amorosamente, y él me oyó, casi con frialdad, cuando finalicé mi exposición, él me dijo con una sonrisa: «Es que salgo esta madrugada, vía Panamá, para que nadie me siga el rastro- se levantó- pero gracias, hablas muy bonito, -sonrió de buena gana- ah, y me llevo tu libro para leerlo en el avión».
Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga