Todas las religiones y todas las terapéuticas, buscan algo en común: que hagamos silencio. Esta práctica es, volver a ser escuchas del Universo que somos, y que tiene una manifestación muy rica en señales y códigos, y que utiliza como medio principal al cuerpo. Nuestro cuerpo, es un instrumento clave del regreso a lo que realmente somos. Constituye la brújula más clara de los mensajes, gritos y, hasta alaridos, de nuestra alma.

Es común, oír que algunas prácticas nos invitan a salir del cuerpo, inclusive se ha intentado decir que el cuerpo es una simple cáscara, de la cual, hay que aprender a ignorar, esto, además de insensato, carece de todo fundamento, cuando sabemos que el MILAGRO, en nosotros, es esta experiencia de unidad: mente, cuerpo y espíritu.

El cuerpo, está hablando permanentemente, sus procesos, sus espacios viscerales, y el conjunto de órganos que funcionan como un sistema, siempre nos indican sensaciones, nos señalan caminos, y hasta nos protegen mandándonos alertas que resuenan, y llegan a aturdirnos; pero es lamentable, que estemos tan sordos y tan inconscientes que tenga que usar el dolor, el pánico, y hasta el total descontrol, para recordarnos que poseemos un valiosísimo instrumento que no cesa de decirnos cosas de nosotros.

En los tiempos modernos, la cronicidad de los padecimientos, las palabras aterrantes: cáncer, sida, tumor, lupus, etc., y los dolores agudos, son los únicos medios de enchufe con nuestro instrumento. Cuando nos duele el estómago, nos acordamos de que tenemos cuerpo, lo cuidamos, nos protegemos, y seguramente éste, con esa indigestión, más que una comida pesada, nos está gritando algo que no ha podido ser digerido por nuestra psique, por nuestras emociones.

Cuando nos afecta un dolor físico, no podemos estar atentos de más nada, y ésta, constituye una oportunidad de oro para que la unidad se recomponga; por eso, algo crónico en nosotros, puede ser un grito continuo, que no hemos sabido escuchar y que cada cierto período regresa, para ver si nos atrevernos. Seguramente, esta cronicidad, se podrá transformar en algún momento en alarido, y quizás, el pánico nos muestre el camino que nos hemos negado a seguir.

Comprendo que en un mundo y una cultura, que prefiere una música relajante al silencio de ti mismo, que está sonando siempre, que nos mantiene hipnotizados; escucharse pasa a ser una utopía. Así que no te dejes engañar, respira, haz, aunque sean, cinco minutos diarios de silencio, y sigue el rastro que tu cuerpo deja, allí hay sabiduría, hay fuente, hay un profundo amor, que está sólo para protegerte, para alertarte, para que tu unidad se vuelva trascendente en ti.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga