Continuando con nuestra exposición pasada, un problema, es una percepción, que nos deja con muy poco o sin control, frente a una situación particular; y esto, podrá perpetuarse o no, sólo si somos capaces de transformarlo en algo que nos permita crecer. En el artículo anterior, refería un esclarecedor postulado de A. Einstein que reza que no podemos solucionar un problema, con el mismo pensamiento con que lo creamos. Hoy, agrego otro, del mismo Albert que dice: «Hay que mover algo, para que todo se mueva», esta noción sistémica, nos avisora un panorama más claro aún, en cuanto a lo que nos sucede, sabiendo que todo problema o conflicto, se concreta, cuando se paraliza en nosotros y necesita moverse, en alguno de sus aspectos, para regresarle su carácter vivo, y encontrar la solución adecuada.

Así, cualquier problema, nos llama a la responsabilidad y debe conjugarse, de adentro para fuera, y es allí, cuando nos muestra sus luces; por eso, mil veces he expresado que esperar que «Alguien o algo venga, alguien cambie, o alguien se marche», es comprar todos los boletos de una rifa cuyo premio único consiste en frustración.

Todo problema tiene un viaje en nosotros, es decir pasa por etapas. Estas etapas, son simplemente, estados de percepción y se plantean así: a) Nos victimizamos, nos sentimos injustamente envueltos en algo que, supuestamente, no merecemos. b) Nos hacemos enemigos del problema, es decir nos volvemos en contra. Cuando el viaje va por buen camino, y no nos gana la soberbia, c) Nos rendimos; y esto poco tiene que ver con sucumbir, al contrario, me uno a él, para desde cerca, mejorarlo, busco ayuda, me hago humilde, abro los ojos, y a la vez, el corazón, aquí la situación se nos vuelve maestra y nos muestra claramente el camino de salida.

Hace poco tiempo, todos fuimos testigos del pánico de los habitantes de la península de la Florida en U.S.A., debido al paso del huracán Frances, allí tengo muchos amigos y familiares y, en medio de una amenaza natural de tal magnitud, expresaban en las conversaciones conmigo, este viaje. Al principio: -«Pero qué castigo es éste, por qué a mí, esta es una pesadilla que no se cuándo me la busqué», reitero que es humano sentir todo esto, lo grave es quedarnos allí, al otro día, o a las horas, volvía a conversar con las mismas personas y ya decían: -«Es que este es el precio por vivir en este pedazo de país. En los EEUU, sólo se vive para un susto, yo no me voy de aquí, a mi me han costado mucho mis vainas para abandonarlas», y maldiciones iban y venían, ya el viaje había comenzado, estaban en la segunda etapa, y a los dos días, te llamaban desde los refugios, o desde sitios con más seguridad: -«Bueno, cómo se hace, contra la naturaleza hay que bajar la cabeza, hay que esperar y que sea lo que Dios quiera. Esto me está enseñando que uno no se debe apegar a nada material, lo importante es la vida». Y todo esto, reiteraba que el viaje había llegado al puerto más importante, al de la transformación, y que de ella, sólo puede salir alguien crecido.

¿Y por dónde va tu viaje?

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga