Ya no es un secreto, ni nada esotérico, afirmar que la palabra, en sí misma, tiene poder, tiene energía, porque es producto de un pensamiento, y viene, concientemente o no, empapada de emoción. De allí, que en el ritual de la Iglesia Católica se afirme: «Una palabra tuya, bastará para sanarme». Sin duda, que lo que sale de nuestra boca, proviene de nuestro corazón y siempre habla de él.

Todos quisiéramos una bendición de alguien que consideremos más puro que nosotros, cuando la recibimos, nos sentimos regocijados y como limpios de cualquier pecado. Numerosas peregrinaciones recorren inmensas distancias, para recibir simplemente la bendición o la sensación de ésta. El padre bendice al hijo, el tío al sobrino, y cuanto más crece el sistema, a más seres bendecimos.

Ahora, en realidad qué es bendecir; esta palabra latina traduce bien decir, por lo tanto, cada vez que nos expresamos amorosa, apropiada, respetuosa, rendidamente de alguien, o algo, lo bendecimos, y con esta bendición, enviamos a ese ser el poder del amor, y por supuesto, hablamos de nuestro corazón y de nosotros mismos, en nombre de ese ser o referencia, cualquiera que ésta sea.

Por el contrario, la sola palabra maldición, está llena de referencias negativas en cualquier cultura, esto tiene que ver con la carga de bajas frecuencias energéticas, aquí habla por sí sólo un corazón enfermo y muy resentido. Pero pareciera que el hecho de maldecir, se refiriera a un enunciado o deseo maligno, a manera de sentencia contra alguien; y no, se trata de simplemente, de hablar mal de algo o alguien. Por eso, la traducción literal de la palabra maldecir es decir mal.

Por todo esto, revisar nuestro amor y su expresión, está directamente ligado a la manera como decimos de los nuestros y de los otros. Una verdadera bendición, no necesita venir de ningún individuo, sería maravilloso recibirla, pero mucho más trascendente, sería recibirla de nuestro corazón, cuando bendecimos a otros, cuando lo que sale de nuestro corazón es consideración y amor.

Así que perdamos el miedo de las maldiciones que otros nos puedan echar y concentrémonos en las que salen de nuestra boca, y que, de manera inconsciente recaen en nuestros hijos, pareja, padres, trabajo, con la misma fuerza de cualquier improperio o mal deseo de alguien con «Mala intención».

En un seminario uno de los presentes, muy interesado preguntó: -«¿Y cómo hago para no maldecir?» yo simplemente respóndí: -«Habitúate a concentrarte en lo que te une a los demás, y no en lo que te separa de ellos, así te puedo garantizar que te sentirás día a día mejor, y los que te aman te lo agradecerán, no es sencillo, pero es un trabajo de todos los días, que te garantizará que crecer, vale la pena».

Y ahora me pregunto: -«Tanta calamidad en un país, concebido desde un conjunto de seres que lo pueblan, ¿No jugará también la maledicencia, de nosotros hacia ese país, un papel fundamental?».

Por favor, ¡Bendigamos a Venezuela!

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga