-«¡Cualquier cosa, pero no quedarme sola!, -Es que tengo de todo, pero me siento muy solo, -Es que yo me preocupo, porque yo veo a ese hijo mío, muy solo, -Es que me aterra la soledad, -Prefiero calarme a ese muérgano, antes que quedarme íngrima y sola». Sin duda, el tema, el terror, y la mayor de las crisis contemporáneas, es la soledad. Pareciera mentira que en un planeta donde todos los días hay más gente, cada día también, más gente se siente sola.

El otro día me decía una amiga, que una cosa era sentirse sola y otra desolada, a lo que le respondí que se dejara de palabras, si bien sabemos que hay una enorme diferencia; el miedo es, a esa sensación de sentirse aislado, sin amor, sin nadie que nos quiera.

Todos, hasta donde yo conozco, los ritos iniciáticos, tienen la particularidad, de hacer que el iniciado, pase por una prueba de soledad, de aislamiento, de desintegración; esto corresponde a la necesidad, que toda nueva enseñanza, filosofía de vida, o religión, requiere del postulante, una cercanía a sí mismo y el comienzo de un camino de auto-tenencia. Si, nos detenemos en las grandes obras de la humanidad, literarias, pictóricas, artísticas, en general, han sido concebidas en soledad; inclusive, C. Jung afirmaba que sentir la soledad es el detonante para abrir esa ventana, por donde penetra realmente Dios a nuestras vidas. Por todo esto, la soledad ha dado frutos y ganancias siempre, en lo que ha variado, es en la concepción que el individuo que la sienta, tenga de ella, y el pánico que le pueda generar. En otras palabras lo que hagamos con la sensación, muy humana, por cierto, de la soledad en nuestras vidas.

El primer gran problema de sentirse solo, es que eso no es tribal, llámese aceptado por la tribu, por lo contrario, es visto como una enfermedad, la cual hay que erradicarla ya, no importa el precio, o lo que haya que llevarse por delante. La tribu te condena, te señala, e inmediatamente, con una lástima empalagosa te persigue para: hacerte compañía a juro, buscarte a alguien, integrarte a algo, sin nunca, ni siquiera preguntarte.

Necesitamos la soledad tanto, como que luego del sol llueva, o luego de la lluvia, salga el sol, pero esa necesidad se ve contrastada con la negativa opinión de nuestra tribu. Reconciliarse con la soledad, es ir perdiéndole el miedo a lo más sagrado nuestro, a lo más luminoso, a aquello que crece, a aquello que vive. Por lo tanto, respetar mis espacios solo, acusarlos en mi corazón, aprovecharlas en mi inspiración, me harán cada día más dueño de mí, y por lo tanto, más abierto a las relaciones, a las transformaciones, a los cambios, a las pérdidas, porque allí, cuando parece no haber nadie, allí, precisamente: me tengo, y teniéndome, tengo a Dios, a la vida y su milagro; y a todo lo que quiero y respeto.

Gánale terreno a tu propia soledad, y ésta, dejará de ser una amenaza, y menos, una condena para tu vida.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga