Sin pretender dármelas de analista, ni nada por el estilo, hay hechos sociales que, cuándo nuestro corazón se queda pegado a ellos, tienen cosas que decirnos, es como un colectivo que grita, pide, y muestra aquello que nuestras cotidianas miradas, nuestros aturdidos sentidos, ya no captan. Son los llantos silenciosos, son los abrazos lejanos, de un grupo humano buscando amor y unión, desde un insensato «Querer tener la razón», que nos dejó huérfanos de razones, de argumentos y, sobre todo, de unión legítima, esa que nos da lo vulnerable, lo sencillo y lo cotidiano.

En los pasados cinco años, hemos sido testigos de innumerables hechos; valientes algunos, inhumanos otros, de causas humanas o naturales, de trascendencia aparente o de intrascendencia ruidosa; sin embargo, ninguno ha tenido en sí mismo, la fuerza de tocar al corazón colectivo, a ese pulmón gigante en el que respiramos todos, hasta que en Octubre, hace nada, de lo más olvidado del quehacer noticioso, resurge un titular, que timbra a la colectividad, que nos hace salir de la abulia al desconcierto, que estremece y pinta, en horas, a todos: hombres y mujeres, chavistas y opositores, en un mismo color, y los abraza en un sólo sentimiento; éste rezaba así: «Absuelto y declarado inocente: Luis Carrera Almoina». Con más o menos palabras, una indignación, con razón o sin ella, nos tiró al ruedo, nos quitó las boínas y las banderas, los pitos y las cacerolas; y nos hizo entonar un himno de repudio, pero esta vez, a coro.

Ya la televisión, no tenía canales, ni intereses, todos en sus muecas nos uníamos y pedíamos abrazarnos unánimes en rechazar el veredicto. No pretendo, ni remotamente, envestirme de juez, ni parte, para eso están los juzgados, pero me queda el logro de un hecho, que ni siquiera, la ya olvidada, tragedia de Vargas logró en nuestro pueblo: unirnos otra vez.

Ahora, ¿Será que Venezuela en su más sensible inconsciencia se ve reflejada en el rostro frágil y golpeado de la señorita Loaiza? ¿Será que ese transcurrir, empeñados en defender lo que nos parece justo, o reivindicar los duros golpes que hemos recibido de desalmados, e indignos que no han respetado nuestra sagrada dignidad, nos asemeja con Linda Loaiza? ¿Será que las continuas y salvajes agresiones recibidas por esta frágil mujer, que le han deformado su belleza, transformándola en un a mueca de dolor, nos hace brotar las heridas que como país llevamos, disfrazadas por el maquillaje del tiempo y la evasión?

O será acaso que el señor Carrera hijo, nos recuerda los muchos guapos y apoyados que nos maltratan, nos roban, nos pisotean, amparados por alguien que los apoya, quizás basado en un vínculo incondicional, o de larga data. La verdad, hay mucha tela que cortar, no quiero acusar a nadie, no sé las razones, o verdades que están detrás o delante de este hecho, lo que sí me llena de esperanza es que por fin, al reconocernos en la herida de una mujer, hemos despertado en hacer equipo, y pronto, si Dios nos ilumina para hacer país.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga