Llama la atención, la velocidad indiscriminada que llevamos, sobre todo, en nuestros ritmos internos, vivimos inmersos en una voracidad que nos descompensa constantemente, y lo peor, es que esta especie de «Ley de fuga», además de arrebatarnos el más simple indicio de: aquí y ahora, llámese de auténtica vida, nos arroja al reino de los miedos, sin ninguna alternativa posible. De esto, ha surgido toda una tendencia mundial, tanto en el campo médico conciente, como en el terapéutico y religioso, a realizar un llamado amoroso al mundo; a «Relentarse», como medio único de obtener un poco de compensación y dejar descansar a nuestro cuerpo, que desesperadamente intenta equilibrar, nuestros numerosos, constantes e inconscientes desmanes, montados en este carro sin frenos, que nos ha dado por llamar: VIDA.

En esta vertiginosidad, todo lo que compramos y todo lo que nos venden, es para «Evitar algo»: la gordura, la fiebre, la gripe, el hongo, el mal olor, los robos, la muerte, el colesterol, la caspa, la vejez, y entonces, la idea de ser inmortales, le ha ganado terreno a la de vivir verdaderamente; a degustar, a procesar, a distinguir, escuchar, sentir, a amar, entregar, trascender. El tiempo, nos empuja por un lado, y cuando nos damos cuenta de que esta velocidad nos lleva al abismo, confundimos este terror a morirnos, con la fobia a envejecer, por supuesto, desde el concepto más triste de esta etapa, como lo es: el deterioro. Vamos a millón, pero viejos nunca, lo que nos pone en un movimiento vital medio esquizoide. La gente acude a los esteticistas y a los cirujanos plásticos y le dicen casi imperativamente: -«Me quiero cambiar. ¡Cámbieme doctor, no importa cuánto cueste, pero devuélvame eso que perdí!». Quizás no se pierde lo que nunca se tuvo realmente, pero no importa, devuélvame la ilusión.

Esta locura, nos ha llevado a dejar de vivir el parto, porque duele, entonces, ¡Anestésieme!, nadie quiere vivir la menopausia, entonces ¡Inyécteme algo! que me haga no sentirla, así mismo, queremos enamorarnos, pero que no duela; tener perros pero que no orinen, ni ladren; vecinos que no se sientan, niños que jueguen en silencio, y ancianos que no necesiten ayuda. Nosotros, pasar por la vida pero ella, jamás por nosotros. Entonces, si sueñas: ¡Qué iluso!, si algo te duele ¡qué sensiblero!, si algo te disgusta: ¡Qué conflictivo!, si dices que no, ¡Qué egoísta!, y si te ríes mucho ¡por qué no se irá a reír de su madre!, por todo esto, el verbo vivir clama por que volvamos a conjugarlo, a sentirlo, a procesarlo, a encontrar lo maravilloso de cada etapa de la vida, y que aceptemos al dolor, también como parte del proceso, aunque no sea agradable; para todo ello, debemos comenzar a RELENTAR, nuestro diario vivir, valorar las cosas simples, básicas, pequeñas, encontrar nuestro ritmo particular y disfrutarlo, para así saber el Universo que somos y poseemos dentro.

En estas fechas decembrinas, reléntate, y valora lo que realmente es esencial: el encuentro, el reconocimiento, el afecto y el agradecimiento.

Los quiero, hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga