Si bien no soy de pura cepa, por nacer en otro país, desde los tres meses de nacido la ciudad que despertó mi infancia, que se mezcla en mis imágenes, que sirve de marco a mis mejores recuerdos, es Caracas. En estos días de tranquilidad me desplacé por zonas que para nada son habituales en mi historia diaria, y gracias a la tranquilidad, poco ruido, escaso tráfico de estos días que alborean el 2005, pude «Vivir» cosas que si bien había visto hace mucho tiempo, no había acusado en mi corazón con la profundidad que corresponde, y con el correspondiente asombro e indignación que se siente cuando algo cae en el olvido, desamor o profunda indiferencia.

A esta altura, gracias a ustedes y a esta empresa editora, llevo más de noventa artículos y bajo ninguna circunstancia pretendo convertir esta ventana en un instrumento de denuncias, porque de eso hay bastante. Simplemente quisiera expresarles mi más sentido dolor por algo que nos arropa y pareciera que nos asombra a todos, pero que ya «Nos vamos acostumbrando». Y eso sí me inquieta, porque allí radica la mayor responsabilidad de los pueblos, de los «Soberanos», en no dormirse con ese olor a veneno que nos mata de a poco.

En ningún momento, y a las pruebas me remito, he utilizado proselitismo político en el ejercicio de mi profesión de comunicador, por lo menos conscientemente, y menos a estas alturas no quiero acusar a nadie. Quizá haya problemas más grandes y prioritarios en nuestra ciudad que hacen que la basura inunde los principales espacios visibles, que las avenidas carezcan de barandas, que las paredes sean grandes carteles de odio y venganza, que los huecos en las calles sean túneles sin terminar, que las plazas sean espacios áridos, sin la mínima atención.

Esto quiero transformarlo en llamado, más allá del chavismo o de la oposición, de la segunda, cuarta, o quinta república; de lo revolucionario o de lo imperialista, de patriotas o no, simplemente quiero llamar la atención de todos: ciudadanos, alcaldes, prefectos, funcionarios, gobernadores, ministros, y si requieren de mi ayuda, yo no tengo ningún empacho, cuenten conmigo, con mis manos, con mi entusiasmo, con mi mejor voluntad, porque ahora no se trata de decir: -«¡Qué mal o bien lo hacen!», sino por lo contrario, decir: «Vamos a hacerlo, nos lo merecemos, es nuestra ciudad, es nuestro hábitat, es la imagen de un país, y nos corresponde a todos guindar las armas y tomar nuestra mejor energía para hacer de ésta una gran ciudad». La mejor honra a Bolívar tal vez sea convertir Caracas en una ciudad que nos despierte el orgullo, una y otra vez, de ser venezolanos.

Por favor, devuélvannos nuestra bella ciudad, la historia y nuestros hijos lo agradecerán. Las ciudades, como las obras, se pierden desde los aviones y los helicópteros. A veces hay que bajar y verle sus heridas para poder curárselas y que de allí florezcan esperanzas. GRACIAS ANTICIPADAS.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga