En la actualidad, uno de los temas que se nos ha escapado de las manos es la relación de pareja. Y esto no sólo a la pareja en sí, sino a terapeutas y analistas, quedando la unión, el sentir, el crecer, el enfrentarse en un reducto de la ilusión, conformando un planeta donde todo el mundo sueña con «Una bella relación», pero sólo una minoría es capaz de atreverse a construirla. Y todo esto sustentado en argumentos muy convincentes y por demás humanos, que advierten una suerte de cuido y de defensa como: «¡Claro que quiero una relación, pero a mí nadie va a venir a destrozarme el corazón!, ¡Claro que quiero a alguien, pero que venga con todo, porque esto a mí me ha costado mucho para que venga cualquier bichito a recostárseme!, ¡Hay que enamorarse con la cabeza!, ¡Yo vivo muy tranquilo para que venga alguien a fastidiarme, yo me quedo como estoy!». Estas frases constituyen los argumentos que esgrime la población que ya no cree pero que sueña con una buena relación.

-«¿Cuándo ocurrió todo esto, si mis padres llevan cincuenta, o sesenta años juntos y se adoran?» Es cierto, pero apenas hace aproximadamente cincuenta años, todo cambió y no acusamos el cambio.

Nuestra cultura entiende las relaciones de pareja desde una estructura patriarcal y esto nos viene de nuestra mito-génesis (la mitología greco-latina, el mito de Adán y Eva, etc.) en el cual los roles están claramente especificados. Dentro de esto, hombres y mujeres se unían, no necesariamente se amaban; el hombre es el proveedor, trabaja afuera y lleva el sustento, está educado para el éxito y la competitividad. Por su parte, la mujer es quien hace el hogar, procrea la familia, la nutre y la prepara para continuar el esquema. Las parejas se conocían desde muy temprano y ya existían acuerdos expresos o tácitos para la unión, pero en ningún momento se hablaba del amor. El amor, como nos lo reseña la literatura de los años cincuenta hacia atrás, estaba reservado para los amantes y a él tenían acceso los atrevidos, los que desafiaban lo instituido o algunos que, aún casadísimos, deseaban en silencio a la vecina, vecino, primo, sirviente, etc. Este esquema, que era simple y sistemático, hacía que las parejas duraran toda una vida y, por supuesto, en la convivencia había y se iba ganando respeto, afecto, compañía, costumbre, cuido, y todos los valores que el tiempo va sellando, y que sin duda también son amor. Esto no es bueno ni malo, simplemente es. Ahora: ¿Cuándo entra el amor? Precisamente hace unos cincuenta años entra un factor no contemplado en el esquema patriarcal, de mucha fuerza, pero sólo destinado para los sueños, los imposibles o las aventuras más añoradas: el amor. Ahora a la pareja, dentro del esquema tradicional, les toca lidiar con otro elemento, del cual mucho se había escrito, pero nadie explicó cómo introducirlo en esta estructura tan rígida que se llama relación de pareja y qué hacer con él, cuando nos deja sin control alguno. El próximo domingo continúo este apasionante tema.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga