El pasado año recibí a Rosa María, una dama algo desdeñada, entrando en los sesenta y quien había llegado a la consulta con la necesidad inminente de cambiarlo todo sin saber muy bien cómo y por dónde comenzar. Mi primera pregunta fue muy clara: -«Cuéntame: ¿Qué es lo que sientes?». Ella, con algo de timidez, me explicó que sentía un fuerte impulso por cambiarlo todo, comenzando por la relación con sus hijos, a quienes les había entregado su vida y que ahora, de adultos, la llamaban «invasora»; con sus hermanas, quienes sólo la buscaban cuando la necesitaban; con los vecinos, quienes al nombrarla miembro de la Junta de Condominio, ahora sólo le hablaban para denunciarle cosas del edificio.

Mientras la oía, le pregunté «Rosa, si no vivieras bajo normas, pautas sociales de sanidad mental y concordia social, dime: ¿Cómo te imaginas cambiándolo todo?». Ella titubeó y me regaló la imagen que nos serviría para el proceso: -«Agarraría una mandarria, acabaría con todo, y me iría lejos». Comenzó a llorar.

Una crisis no es más que el desorden interno que se nos muestra afuera, donde sobresale todo aquello que se nos va venciendo, que necesita renovación y que se pueda adecuar a este nuevo lapso de nuestra vida. Cuando afrontamos valientemente una crisis, tenemos que verla de adentro hacia fuera -aunque no es fácil-, porque algunas de sus más preciadas formas de relacionarse con los que ama comenzaban a vencerse y su manera de percibirlas, sea adecuada o no para su proceso, es: «Ellos están mal, yo estoy bien, ellos me abusan». Viéndolo con ese lente, lo adecuado sería la mandarria y la huída, quedando la ejecutora sola y creando, en su desesperación, nuevas dinámicas con los mismos aspectos que gritan la necesidad de un cambio, además de un montón de escombros, producto de la fuerza de la mandarria.

-«Rosa, imagínate que un grupo de invitados vienen a comer a tu casa, y estuviste toda la mañana haciendo comida criolla, luego de terminar de poner la mesa, para dejar todo listo, ves lo cocinado y no es lo que quieres, es decir, todo lo que creíste adecuado para esa comida no te gusta y eso te llena de ira y frustración -le pregunto- ¿Me sigues?- ella asiente con atención-. Lo que te puede provocar es tomar toda esa comida y echarla a la basura, pero eso te llevaría a comenzar todo de nuevo, sentirte sin fuerza, sin motivación, además de decidir: qué haces ahora y con qué. Esa es Rosa con la mandarria. Qué tal si con lo que tienes allí sacas a tu artista, a tu alquímica y del arroz creas torticas, de las caraotas haces una deliciosa ensalada fría, el plátano lo haces dulce, etc.». Ella, me sonrió como si hubiera entendido el ejemplo.

Si Rosa entendió que en ella siempre existen una galería de arquetipos o energías internas que nos ayudan a ejecutar de formas particulares las cosas y que, por ejemplo, la alquimista de ella puede muy bien ayudarla a cambiar su forma de relacionarse con los seres que ama sin perder aquello que es importante para ella, quizás entenderá también que esta crisis es providencial.

«Lo único permanente en la vida es el cambio».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga