Cuando un paciente llega a la consulta aquejado o viviendo una crisis personal es común que ante la pregunta «Qué te gustaría te sucediera ahora», responda que le encantaría un amorcito, una nueva ilusión que lo saque de esto, claro, esta respuesta explicada así es mucho más común en las mujeres, mientras que el hombre la enfrenta dejando la ilusión en forma de negocio, actividad o amor furtivo.

A través de los tiempos, el paternalismo nos ha vendido la idea de que el enamoramiento tiene en sí mismo la capacidad de curar todos nuestros males y sanar nuestras heridas, y es común que la «Ilusión amorosa» haga que montemos en las espaldas de nuestra posible pareja una responsabilidad que ni sabe, ni tiene ningún poder de cumplir ante nosotros. En un «Diálogo de Platón» Sócrates habla de que antiguamente éramos esféricos, bisexuales y completos, y en el pasar del tiempo nos separaron (recordemos la noción bíblica de Eva a partir de la costilla de Adán) y casi por olfato buscamos esa sensación de completud que, intuimos, la otra persona nos devolverá.

En una cultura donde se nos enseñó que era nociva la capacidad de asumir, poseer, vivir, alimentar y transformar emociones y sensaciones como soledad y tristeza, sólo aparecen a decirte lo mal que estás, y si alguien te viera poseído por ellas, inevitablemente despertarías compasión y una dura etiqueta que te costaría una vida arrancar: -«Es que fulanito(a), es tan triste, pobrecito(a)». Y como no cabe duda que la soledad y la tristeza están inevitablemente en nosotros, cuando las tocamos de cerca deseamos que alguien venga, nos recoja de tal abismo y nos haga ver aquello como producto de una pesadilla. Por todo esto sostengo como terapeuta, y no soy el único, que esta riquísima espuma relacional poco tiene que ver con el amor y menos con la construcción real de una relación de pareja.

Por otro lado, la evidente soledad relacional que se está viviendo en el mundo desde mediados de los años ochenta y que nos hace preguntarnos: ¿Cómo es posible que en un planeta cada minuto más lleno de gente con ganas de que «Le suceda el amor», cada día la queja de soledad es mayor? Esto es altamente comprensible desde este ángulo, porque si todos aspiramos a que otros, tan solos y tristes como nosotros, vengan a compensar nuestra tristeza y soledad, los postulantes aterrados dirán que si ellos no saben qué hacer con la de ellos, cómo van a cargar con la de nosotros, y así todos permanecemos expresa o tácitamente escapando de lo que más soñamos. Cabe destacar que en esta clasificación caben los que se atreven a vivir este caos y los que no, pero el resultado es el mismo, terminar frente a un espejo, viendo, enfrentando y asumiendo tus verdaderas y dolorosas heridas, quienes te han traído hasta aquí y son tu absoluta responsabilidad.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga