«Estoy solo, ahora ¿Qué hago?», «Quiero ir al cine, pero estoy solo y no me provoca llamar a nadie, tengo hambre, pero no tengo quien me acompañe a comer». Frases como éstas pueden haber pasado cientos de veces por nosotros y llenarnos de tristeza, o hacernos resentir de nuestra vida.
Si observamos otras culturas, sobre todo las orientales, encontraremos cómo la soledad constituye un bastión de crecimiento, madurez, y de ese cautivante encuentro con el Dios que albergamos. Así, encontramos la práctica de la meditación, la peregrinación, el retiro, el ayuno de palabra o de alimento, los monasterios, etc. El niño aquí, desde muy temprana edad, se prepara para tales disciplinas y, con entusiasmo, las ejerce durante su vida, haciendo de su soledad algo nutritivo y lleno de riqueza.
Nuestra educación occidental, en cambio, nos educa para el ruido, la popularidad, la victoria del afuera, no importa cuánto nos llevemos por delante de nosotros y de lo que realmente amamos. Mi consulta, en particular, está llena de hombres y mujeres que se sienten solos, que se quejan de no tener amor, o alguna «Conquistica» que encienda los motores y les haga olvidar lo solos que están.
Debido a nuestra cultura, el colectivo condena la soledad; cuando vemos a alguien comiendo solo, nos sentimos con el derecho de invadirlo, porque: «Pobrecito, está solito(a)», cuando vemos a alguien en el cine o en el teatro solo, lo vemos con cierta compasión, sin nunca pensar que también es posible el gran disfrute de este estado.
Cuando un paciente me llega en estas circunstancias y me pide que lo ayude a salir de esa «Horrible» sensación, yo le explico que muy poco tiene que ver con la gente que esté contigo, es un terror que sientes, ligado a un abandono, que no se compadece con la realidad, sino que alberga tu ser; y de la única manera que te puedo ayudar es apoyándote a reconocer la soledad y a permitirte vivir en ella cuando sea necesario. Esto te va ganando terreno en tu propia libertad y te enseña que as únicas compañías reales siempre serán tú mismo y Dios, y éstas se sienten, no se ven ni se oyen.
Uno de los más comunes problemas de pareja, lo constituye que los amantes viven la ilusión de que: con el otro nunca más me sentiré sola(o), poniéndole a la pareja un peso y una responsabilidad que no le corresponde, porque lo más crecedor para ellos sería identificar su propia soledad y apoyarse mutuamente a vivirla y esto, en nuestra cultura, es realmente difícil, porque nos han enseñado a responsabilizar a alguien por «Esto que siento». Así mismo, le cargamos esa soledad a los hijos, amigos, empresas, creando relaciones llenas de deudas pesadas e injustas. Y luego nos quejamos de por qué mucha gente huye despavorida ante el compromiso en las relaciones.
La soledad puede ser un regalo, úsala y gánale terreno a tu propia compañía.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga