En oportunidades hay aspectos de nuestra vida que nunca terminan de ser cómodos, o de componerse para nosotros. Pequeños detalles pueden estropear el control total de un sector o el núcleo de lo que llamamos «nuestra tranquilidad».

Ursula, una atractiva mujer que toca la cuarentena, divorciada, con dos hijos en edad escolar, una sólida empresa y el mundo familiar a sus amplias y muy armónicas espaldas, le grita al mundo: «Yo puedo, mírenme», sumergida en su trabajo y, como es característico, buscando cumplir perfectamente con todo. Pero un día llegó a mi consulta y, luego del preámbulo de rigor, me dijo: -«…es que no entiendo qué pasa conmigo, ¿Puedes creer que yo, pagando fortunas, no he podido conseguir una mujer de servicio que se acople a mi casa? Y no es que sea complicada: un apartamento grande, cocinar para la cena (porque nadie va a almorzar) y cuidar de los niños que ya se bañan, se visten, comen, y hacen sus tareas solos; pero nada, cuando no es que me meten a un hombre, es que les da miedo, o que no pueden solas, o que son ladronas; te juro que estoy al borde…»

Hay un constante peligro en nuestras vidas de querer sentirnos «Dioses», sentir que las cosas más preciadas de nuestra vida entran en un engranaje controlado desde donde estemos. El problema es que cada día, sin quererlo conscientemente, vamos delegando las cosas esenciales hasta perderlas en muchos casos y preguntarnos luego «¿Qué hice mal?».

Por eso es necesario que la debilidad de un ser amado, una secretaria algo torpe, una señora de servicio no muy eficiente, un padecimiento en nuestro cuerpo, una actitud poco clara en nuestra pareja, o que el negocio redujo sus ganancias durante este mes, nos permiten voltear la cara y protagonizar situaciones de las que nos hemos distanciado por aquello de querer seguir siendo perfectos, inflándonos de tal forma que estas situaciones no resueltas nos lanzan un poderoso cable a tierra para bajarnos de nuestros reinos de poder, adquirir humanidad y atender lo que básicamente nos incomoda, nos duele, nos molesta, o nos roba nuestra tranquilidad. Lo otro es una postura muy aplaudida por el colectivo, pero muy triste, solitaria y dañina para las cosas verdaderamente importantes de nuestra vida.

A mi paciente le pregunté: -«Y ¿Qué harías si consiguieras una señora doméstica moldeada a tus exigencias, qué te permitiría hacer dentro de una agenda como la tuya?». Ella me dijo de inmediato que podría cenar más con sus amigas, quedarse algún día de la semana con su novio, sentirse más libre y menos angustiada. Le dije: -«¿Y te has puesto a pensar en tus dos niños?» a lo que me saltó: -«A ellos no les falta nada». -«Seguramente -dije- lo único que les falta es tu presencia real, tu atención amorosa y no con el celular en la otra mano; y son esas mujeres de servicio torpes las que te llaman a ese contacto, al que te recomiendo te entregues, ya no como una tarea, sino como a lo que se ama». Revisa, atiende y agradece tus cables a tierra.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga