Es importante destacar que, para salvarte del dedo que te recordará que entraste, inevitablemente en la madurez, con todas las consecuencias que esto tiene, y por supuesto, la muerte, acechándote, viéndote de cerca. De allí, es fácil notar la compulsividad, a veces adictiva, que se nota en quienes patalean y se resisten a entrar, o demostrar que entraron en la segunda parte de la vida.

Manuel llegó a mi consulta de la mano de su mujer, quizás como el último recurso para salvar aquella relación de tres años que, luego de dos, se había convertido en pesadilla. Ella estaba en terapia con un colega muy respetado por mí, así que decidí ver a Manuel en terapia individual, él tenía dos matrimonios y dos concubinatos rotos, y todos con los mismos síntomas del actual, pero ahora éste último le había hecho sonar sus campanas de emergencia, ya tenía cincuenta y seis años, y otro «Fracaso» ahora, no sería para nada deseable. El, abogado y jefe de una oficina gubernamental, me explicaba lo siguiente: -«Es que siempre, luego de dos años, me dan unas ganas de empezar otra vez, entonces descuido mi hogar, mi mujer y comienzo romances compulsivos que me enamoren y me hagan hacer locuras adolescentes, así ando, pero a esta edad, gordo, calvo, con un sueldo que no alcanza mucho para extras, la cosa me quita el sueño, porque no está en mis planes ni quedarme solo, ni estar en un matrimonio que no sirva, además me siento lo que llaman viejo verde».

Son muchos los factores que se pueden conjugar en el caso de Manuel, de hecho, así fue, pero el primer gran paso es descubrir el miedo primario que escondemos detrás de nuestras conductas repetitivas y compulsiva, y esto, en muchos casos, corresponde a una actuación colectiva. La cultura nos muestra que la segunda mitad de la vida es el declive, esto implica muerte. Al brotar uno de los miedos más colectivos y universales accionamos aquello que nos devuelva a la juventud, llámese vida. ¿Y qué es? La ilusión del amor. Cuando alguien entra en este albor de ilusión se trepa a las paredes, resucita su fuerza, su libertad, su riesgo, y esto nos olvida del miedo a envejecer, pero todo es, también, una pompa de jabón que tras explotar nos toca asumir otras verdades y vivirlas con lo mejor o peor que tengamos, y ya esa etapa de compromiso, de revelación y muchas veces de desilusión, nos pone los pies a tierra y ese es un precio que algunos(as) no están dispuestos a pagar.

Luego de exponerle esto, e ir entrando en sus laberintos, Manuel me dijo en su cuarta sesión: -«Entonces entiendo que lo que me queda es rendirme y aceptar lo que soy, lo que hay y lo que quiero. Es lo que intento hacer, pero me aterro, me paralizo, lloro, es difícil». Yo simplemente le dije: -«Es muy difícil, ¿Sabes el imperio de publicidad, creencias, modas, modelos que nos dicen que quien deja la juventud, deja la vida? Pero rendirse a lo que es, es el camino, amigo».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga