Cuando hablamos de crecer tenemos que someternos a algunas consideraciones básicas que si bien nos parecen simples, llegan a determinar formas de vivir y, por ende, atajos que terminan erosionando los procesos y dejándonos secos en el camino.
Anselmo, de veintitrés años, recién graduado de abogado, es hijo de una buena amiga, quien le sugirió que ante sus angustias repetidas al sentir que no estaba en el sitio laboral indicado, acudiera donde un terapeuta. Llegó a mi consulta y con una mezcla de nervios y determinación me dijo «Estoy aquí porque aún cuando estoy cumpliendo mi sueño de estar en uno de los más prestigiosos bufetes del país, no me siento cómodo allí, creo que ninguno de los que allí laboran tienen nada que ver conmigo; me siento ajeno eso y me está afectando la salud, he llegado al límite de no querer ni pararme de la cama en las mañanas». Ante mi mirada, hizo silencio y continuó: «Y, que conste, no porque sus estilos sean malos y los míos buenos, o viceversa, es que no hay nada que nos haga coincidir, salvo que estamos todos en leyes».
Es común pensar que el sentirse mal, incómodo, o excluido en un grupo o sitio donde uno ha decidido pasar un lapso de tiempo, es una razón inmediata para huir y buscar otro, donde encontremos seres que se parezcan más a uno o hábitos y costumbres que terminen haciéndonos sentir cómodos. Esto no siempre es sano, ni te asegura crecimiento; a veces constituye simplemente un atajo que erosiona y nos llenará el camino de situaciones no resueltas.
No cabe duda que estar entre iguales es muy cómodo y nos permite relajarnos, pero en ese relax rara vez hay crecimiento real. Ejemplo de ello son lo que hemos denominado «Los grupos minoritarios», cuando formamos parte de alguno de ellos, es regocijante mantenernos y convivir entre ellos, pero el mundo está lleno de diversidad y es allí cuando el crecimiento es importante, cuando podemos ganarnos un puesto entre los distintos, entre los diferentes, y saber que ese espacio nos permite convivir, interactuar, respetar y ser respetado, crear y -por qué no- destacarse.
En nuestra cultura desdeñamos lo distinto, lo sacamos de nuestra vida debido al desafío que representa y al terror que nos da encontrar la llave para entrar. Por eso los alquimistas nos enseñaron que en lo distinto está el oro y la fuente de lo valioso. De allí que en su constante de transformar la materia se trataba de tomar la materia fecal, escudriñarla rigurosamente, hasta encontrar en ella los elementos que podrían alquimizarse.
Le expliqué eso tal cual a Anselmo, quien me dijo «Oyéndote, me hiciste ver que ellos me muestran una parte de mi profesión que me da mucho miedo ver, y hasta dolor, no porque sea del todo mala, sino que es muy distinta a las aulas universitarias, donde me formé y me gradué con honores. Hoy entiendo que hay que pasar este duelo y crecer como profesional, para realmente ganarme un puesto entre ellos».
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga