De niño, cuando algunas de mis tías, mi madre o alguien cercano hablaba muy bien acerca de alguien, mi abuela las miraba con atención y, cuando la persona terminaba la referencia, ella tomaba un respiro y decía incrédula: -«Viví con ella (con él)». Quizás para algunos esta forma de ver la vida denota desconfianza, amargura, etc. Pero detrás de las interpretaciones subjetivas, mi abuela me enseñó algo que hoy no sólo ratifico, sino que me ha servido para vivir con otros y entre otros.

Cuando en las embarcaciones antiguas, en alta mar, se comenzaban a escuchar los llamados «Cantos de sirenas», los más nuevos se dejaban embriagar, pero los más experimentados corrían y se amarraban a cualquier poste, para así impedir dejarse arrastrar por un sonido encantador que los hacía lanzarse al agua ciegamente, encontrando sólo la muerte.

Es muy agradable encontrarse o compartir con un ser o seres encantadores, pero su mismo poder de seducción hace que los veamos sin sombra, y ese efecto del «Encantamiento» deshumaniza a la persona, montándola en un pedestal en el cual vivir es realmente tenso y complicado. Y nosotros, encandilados, estamos expuestos a una de las más duras experiencias, que es decepcionarnos al salir del encantamiento y encontrar a un ser lleno de humanidad, por lo tanto de defectos y debilidades.

Recordar la sombra que todos llevamos es una forma de humanizar a los seres que amamos o que simplemente nos agradan.

Cuando hay mucha bondad, es sensato preguntarse: -«¿Y la maldad de este ser donde estará?» así, cuando vemos demasiada responsabilidad, eficiencia, generosidad, cariño, buen carácter, respeto, sería sano preguntarse: -«¿Y dónde expresará este ser toda la sombra?» Llámese la irresponsabilidad, ineficiencia, amargura, mal carácter, irreverencia, relax, etc. Este ejercicio, si bien se podría pensar que es destructivo, simplemente humaniza al otro y, nos hace conscientes de que estamos ante un ser humano lleno de todo, que me agrada por lo que me muestra y por lo que no, ese otro lado que también podría ser valioso para mí. Volviendo a mi abuela y sus sabias apreciaciones, cuando te toca convivir con un ser con quien siempre has estado encantado, es cuando logras verlo en toda su dimensión y no cuando asumes, a priori, conocerlo embriagado de encantamiento, dejando de lado esa parte oscura que probablemente nos golpee luego.

En el dulce caminar con la gente, el darse tiempo, el ir descubriendo al otro, sabiendo que en ese ser está contenido todo, se exprese o no, es una forma de crecer en la relación y de vivir en una dimensión más humana para todos los involucrados.

Así que cuando te sientas embriagado o encantado por alguien, recuerda las palabras de doña Carmen: -«Mmmm… viví con ella».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga