María Eugenia, con más de cincuenta años, era una entusiasta mujer que hace una década estuvo en terapia conmigo motivada por la muerte de su esposo y una serie de mentiras que se había encontrado en el camino del duro duelo. Así que, diez años luego, esta alegre y divertida mujer se sentaba de nuevo frente a mí, ahora para resolver algo que nadie entendía, pero que la tenía ahogada. Se refería a su alto nivel de complacencia con todo el mundo, el cual la había llegado a minar a tal punto, que se sentía muy resentida. -«Tú me conoces, soy la madre, la hija, la amiga, más popular del país, todo el mundo quiere salir, comer, hablar conmigo, pero desde hace un tiempo para acá, gracias a un libro que me estoy leyendo, me detengo, respiro y me pregunto: ¿Es eso lo que realmente quiero hacer o decir?, y figúrate que me he agarrado diciéndome muchas veces que no, entonces es observar cómo el miedo a que me dejen de amar es mayor al respeto por mí. Y no quiero esto, siento que no me hace bien y los demás no entienden nada, piensan que me estoy volviendo vieja y loca».

Cuando nuestros niveles de complacencia a otros, cosa muy válida y sana, no pasan por nosotros mismos y se vuelven un acto mecánico y reactivo frente al mundo, nos minan y terminamos implotando (explotando por dentro) y llenándonos de un oscuro resentimiento que pesa y que nos sitúa a espaldas de nosotros mismos. La práctica de María Eugenia de detenerse y permitir preguntarse si quiero hacer o decir eso, nos dará la oportunidad de, por lo menos, darnos cuenta y saber que estoy en medio de dos fuerzas antagónicas: la que no quiere hacerlo y la que tiene que hacerlo porque hay mucho que perder. El simple hecho de darse cuenta y poder decirle a esos seres que amamos «Esto no es lo que quiero, ni me provoca, pero vamos», es un paso gigante que damos en la coherencia que deseamos para vivir más cerca y en mayor paz con nosotros.

Recordemos que la idea no es volvernos egoístas o ermitaños, sino sentir esa paz que nos brinda la intimidad que alcanzamos con nosotros al permitir saber que no soy un héroe o un súper ser, simplemente soy un ser lleno de debilidades que me permito respetar, para también verlas en ti, y así, acercarnos de igual a igual.

María Eugenia, en un acto muy hermoso y con lágrimas en los ojos, me dijo «Quién podría imaginarse que la más querida, simpática y popular está frente a un terapeuta pidiéndole que quiere cambiar su popularidad y su, en algo más humano, que me llene de verdad y no me mantenga en este estrés que por tantos años he vivido. Carlos, ¿Será esto lo que tú tanto llamas la segunda mitad de la vida?» Y soltamos una buena risotada.

Acercarnos más a nosotros quizá nos quite un poco de popularidad, de ese aplauso colectivo que traduce frases como ¡qué bien lo haces, qué bueno eres, siempre tan…!; y nos devuelva ese entrañable abrazo que nos acerque y nos haga sentir más cómodos y plácidos con nosotros mismos.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga