En nuestra apolínea cultura occidental, la necesidad de estar, verse, sentirse y hacerlo bien nos mantiene en una suerte de ritmo acelerado, exterminando e intentando desaparecer todo aquello que no nos ilusione en esa pompa de jabón, independientemente que en ese exterminio feroz nos llevemos afectos muy importantes, los cuales detrás de sus formas, solo nos ruegan que les marquemos el camino para llegar al corazón, que ni nosotros mismos hemos hallado.

Vemos, con cierta preocupación, cómo fracasan los padres, las parejas, los gerentes, los hijos, los gobernantes al focalizarse sólo en hacerlo bien en lugar de hacerlo desde ellos, con todo el contenido humano que poseen y sin que el resultado los hale, al punto de pasar por encima de ellas y ellos.

Frases como éstas abundan entre mis pacientes cuando se refieren a su pareja: «Todo iba bien, reíamos, pero de un tiempo a esta parte, todo es pelea, rabias, tensiones, yo como que me voy. Pasamos de la fiesta al tormento. Ella o él, ha cambiado mucho. Necesito que algo suceda para encontrar paz, porque la relación ya es un campo de batalla. Es que ahora peleamos más que antes y eso me tiene muy descorazonada(o)»; también oímos esto de los padres hacia los hijos: «Era un buen muchacho(a), pero ahora se ha vuelto inmanejable. No sé cuando se transformó de un buen hijo y obediente, en un rebelde, peleón y contestón. Creo que lo voy a mandar a algún sitio para que se encarguen de corregirlo»; de los hijos a los padres: «Es que nos vemos y chirriamos, si no hay causa, la buscamos. Es que ella era una mujer sana y dispuesta, ahora lo que hace es quejarse y pelear. Mi padre era un hombre solidario y cómplice, pero ahora te pelea por todo y nada le gusta». Por todo esto, basta que nos peleen, que se expresen con cierta libertad y que no estén de acuerdo, para que sintamos que nos queremos ir y que las cosas ya no sirven, que algo bonito murió y que lo que vivimos ahora es horrible.

Y si bien, las cosas no necesariamente mueren, simplemente se vencen y se transforman, dejándonos ver mucho más del contenido humano del otro, y entender que estamos en una relación viva, dinámica, donde hoy podemos estar bien, pero al rato mal, donde lloramos y reímos.

Nos cuesta dolor entender que la ilusión en alguien es ciega, que sólo nos muestra una parte, la que queremos ver, y eso es más una percepción nuestra que una visión clara de la realidad. Entonces llega la desilusión a tomar el protagonismo, a hacernos sentir estafados y perdidos en la relación, sintiendo que nos equivocamos otra vez, sin saber que lo que antes me mostraron es verdad, y lo que muestran ahora, también es cierto.

La pareja, que es el producto de una ilusión maravillosa, puede pasar luego a una desilusión desilusión dolorosa, para volver a decidir hacia una reconstrucción que nos impulse hacia lo humano, lo de verdad, lo que realmente trasciende en la vida.

Lamentablemente las estadísticas muestran que pocos llegan conscientes al tercer paso, y aunque nos quedemos luego del segundo, nuestro corazón ya se fue, lo que constituirá una prisión difícil de llevar en nosotros.

Continuaré en este tema el próximo domingo.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga