Muchas veces me he referido a que estamos insertos en una cultura con marcadas características apolíneas, definiendo así a una manera de concebirse a partir del dios Apolo, hijo de Zeus y de Letos, quien fuera el favorito de su padre, debido a su gusto por la perfección en todo lo que hacía, pensaba y mostraba.

Nuestra cultura occidental, sumida en una penosa y difícil ignorancia emocional, se sustenta en una educación, tanto formal como informal, donde para nada importa lo que sintamos y cómo sintamos lo que hacemos, simplemente hacerlo bien. Considero que «Hacerlo bien», es uno de los juegos que más endeudados está con nuestras heridas, simplemente porque hacerlo bien, no nos permite acercarnos, sentirnos, vivirnos en cuanto a cualquier circunstancia, tarea, situación, sino que, inmediatamente, surge una voz interna del colectivo que nos grita punitivamente: -«Tienes que hacerlo correctamente», y hacerlo así nos deja muy solos de nosotros mismos, de lo que realmente sentimos y queremos; pero aquí no hay concesiones: de no hacerlo, pagarás el precio de «Que el mundo no te quiera».

Los tiempos han cambiado, afortunadamente, ahora el planeta comienza a clamar por comprensión emocional, por un poco de amor, por intimidad, por acercamiento, por calidez, por eso que llamamos felicidad. Cuando alguien llega a mi consulta con problemas de pareja, se pasa la primera hora de la sesión convenciéndome de que ella o él son buenas parejas, pero todo esto a la espalda de su propia pareja y, seguramente, de ellos mismos.

En una oportunidad, un amigo llegó de Canadá a dictar una conferencia en su área química. Se quedaría tres días en un hotel capitalino, circunstancia perfecta para desempolvar nuestros quince años, de compartir cosas y de vivencias adolescentes. Luego de nuestro primer almuerzo, me dijo en tono serio: -«Carlos, quería que me ayudaras; mi esposa, como te dije, tiene ocho meses embarazada de mi primogénito, y te cuento que he hecho, ya preparación al parto, me metí en una escuela para padres, me la paso comprando todos los libros de cómo ser buen padre, pero sé que tú manejas muy bien el tema, y quiero que me ayudes». A lo que yo sonreí y luego de felicitarle por su loable intención y acciones respectivas, le dije: -«Amigo, nada garantiza nada, el amor que sientes es tu mejor herramienta, pero si quieres que te hable con el corazón, suelta las ganas de hacerlo bien y procura hacerlo apegado a ti, a tu amor por él o ella, poco a poco romperás con el cómo nos lo hicieron a nosotros; hay que ser bueno, lo fuimos, hay que ser exitoso, lo fuimos, todos nos aplauden y nadie se pregunta si realmente somos o sabemos ser felices, y eso es fundamental, ¿Verdad?».

Con todo esto no pretendo que te vuelvas un anárquico, ni mucho menos, pero todo lo colectivo que no pasa por ti, atenta contra ti.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga