Definitivamente, cuando nuestro bienestar, nuestra tranquilidad o nuestra libertad está en manos de otro o de otros, caminamos en terrenos fangosos y la sensación de frustración puede implotar (explotar dentro de nosotros) de un momento a otro.
Las deudas establecidas como formales, llámese de dinero, bienes o promesas, son siempre aceptadas entre las partes, y cumplirlas pasa a ser cuestión de honor, o de correr con las consecuencias: sociales, penales y económicas que su incumplimiento acarrea. El problema se pone harto difícil cuando ponemos nuestra faceta de deudores en el lado afectivo. Aquí, el mundo de deudores y acreedores entra en una dinámica muy culposa y se somete a una especie de prisión interminable.
Entiendo que el límite entre el sentirme deudor y sentirme agradecido es sutil, pero si de bienestar se trata, hay que aclararlo en nuestros corazones. Es muy distinto distinguir a alguien como un ser agradecido, que no olvida lo recibido, pero entiende que partió del amor y de la buena voluntad del otro hacerme los favores o darme ríos de amor, por lo tanto, no tengo deuda alguna, no debo nada, agradezco siempre, pero no tengo la sensación permanente de culpa que me señala como un deudor incumplido.
En fechas como navidades, cumpleaños o días de los padres, salen nuestras deudas y, con ellas, el estrés pre y post festividades. En el pre: «Tengo que comprarle algo que le guste y gastarme unos buenos reales, porque él o ella se han portado tan bien conmigo». O: -«Se me pasó el cumpleaños de… qué cabeza la mía, ahora mejor me alejo, porque esa gente que tan bien se ha portado conmigo, no me lo perdonará». En el post: -«Tanto esfuerzo y tanto dinero que costó, y apenas lo miró, y de broma me dio las gracias, no encuentro nada para complacerlo». Expresiones como éstas pululan de manera expresa o tácita, y nos enseñan en qué he envuelto el amor. El agradecimiento, cuando viene claro, se expresa espontáneo, el salir a comprar un regalo es un acto de alegría y, el darlo, si bien nos encantaría que le gustara, no es nada que revista demasiadas expectativas frustrantes para nosotros.
Otro de los problemas más comunes, sobre todo en la relación padres-hijos, es la idea de la deuda: muchos padres les recuerdan sutilmente a los hijos los momentos difíciles y sacrificios hechos por ellos, creando en los hijos una sensación de culpa, de carecer de merecimiento o de llevar una deuda Impabable que crea, en los padres, la sensación de: -«Tanto que dimos, y mira…» Y en el hijo: -«Es que hago, hago, les doy, les doy, y nada es suficiente, no sé cómo hacer».
Nada de los que los padres den tiene por qué generar deuda, salvo que haya una salvaje manipulación. A los hijos les tocará compensar lo recibido cuando a ellos les toque ser padres, es la ley de la vida.
Esto, para nada está reñido con el agradecimiento sano, dinámico y amoroso que nos une siempre en amor.
Hasta la próxima sonrisa. Carlos Fraga