Quizás, en esta parte del mundo donde los hombres huyen y las mujeres sacan lo mejor para llevar adelante a los hijos, suene muy poco trascendente hablar de papá. Sin embargo, en cada vida humana está papá: irresponsable, borracho, cobarde, hermoso, cálido, trabajador; papá late en cada vida humana, aunque no participe necesariamente en la historia de ésta, y cada historia lo que tiene de importante es que la protagonizan seres vivos, y es la vida lo que cuenta.

Aquello que no asumimos, que no transformamos en nosotros se nos convierte, inevitablemente, en sombra: ustedes que me regalan el honor de leerme, pueden observar y reconocer claramente sus propias sombras. Por eso nos resulta un tema difícil y más aún cuando el arquetipo paterno está íntimamente ligado a valores tan claros como aprobación, seguridad, fuerza y provisión. Estos aspectos, no importa el heroísmo que la mujer intente, no los podrá sustituir. Algunos lo buscan en la vida y se llenan de impotencia al tropezar una y otra vez con la misma sombra, a la que llenos de rabia y ganas de vengarse, le dicen: «Ya verás en lo que me voy a convertir, y te quiero ver rogando volver». Lo logran, quién lo duda, y la sombra intacta, y detrás de la rabia el profundo dolor de querer amar a alguien a quien la propia historia no dejó que amase.

Entiendo que es difícil y duro, pero de las oscuridades es que brotan las luces. Honra a ese ser desde ti, simplemente por la vida, déjale la historia a tu madre que lo amó, y conéctate con lo que te corresponde, con el agradecimiento por tu vida, por ese cincuenta por ciento que lleva en ti, te guste o no, y te permite estar inserto en este maravilloso milagro que llamamos vida.

Una vez, en la playa, estaba con un grupo de amigas, algunas de ellas con sus hijos pequeños; descansaba yo en una hamaca, cuando desperté, oí este diálogo de mi amiga con su hijo de seis años: -«Tú sabes que sólo tienes a tu mamá, y siempre la vas a tener, ya estás grande y debes saber que tu papá fue un desgraciado irresponsable, que acabó con mi vida, desde ya deja la preguntadera por él, ¡Se murió!, y ¡Mátalo en tu cabeza!, él no merece que te acuerdes de él». Hecho el loco, interrumpí la conversación, me llevé al niño y le pregunté a mi amiga que por qué le hacía eso a esa criatura, y ella envalentonada me contestó: -«Porque estoy cansada de la preguntadera, que siga pendiente de esa basura que acabó con mi vida- rompió en llanto- porque no puedo más».

El problema de mi amiga fue que las palabras no fueron para su ex, que era una poderosa sombra, sino para la mitad de su hijo, quien no dudará en creerlo y actuarlo, por venir de boca de su madre. Esa es la historia de mi amiga, y ella puede hacer con ésta lo que desee, pero no es la de su hijo, quien se creó en un acto donde dos cuerpos se entregaron a una pasión que, por lo menos, se parecía al amor.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga