Las dinámicas relacionales son variadas e incontables y siempre, por muy violentas o inadecuadas que parezcan, son detonadas por la fuerza y la necesidad de amor. Estas nos van vinculando con los otros, sintiéndonos amados, aunque sea por apenas minutos.

Cuando vamos creciendo y nuestra autoestima abre paso, ponemos límites y cambiamos estas dinámicas y sus respectivos vínculos para encontrar a otros que nos satisfagan más y mejor.

Cabe destacar que todos venimos heridos de amor y una herida, muy común en nuestra cultura, se pudiera resumir en: no me siento digno de recibir amor; esto, producto de heridas recibidas en nuestra edad temprana, donde nos hicieron sentir, quizás desde la mejor intención, que el amor había que ganarlo, pelearlo, o que era para algunos sí y otros no. Seguramente pasamos por vergüenzas tales que hoy, para mí, el amor es algo que siempre se me escapa y tengo que estarlo persiguiendo.

Ante tal y tan común realidad, es interesante que nos detengamos en los movimientos reales del amor, los que nuestra herida no nos deja ver, y que adquieren una dimensión gigante, aunque no vengan por los caminos que quisiéramos.

Josselin tiene 26 años y dos de casada, acaba de tener un hermoso bebé, y a pesar de que tiene con su marido una buena relación de pareja, se queja desde el principio que el gusto de él por el trabajo, por levantarse temprano -aún cuando no tenga que ir a la oficina- y meterse en la computadora, de hablar acerca de trabajo, es casi un fantasma que la deja de lado y sola. Ella lo ha conversado con él, pero la respuesta siempre es la misma: «Mi amor, gracias a mi trabajo tenemos todo esto, no te metas con lo que nos da de comer. Pero te prometo que, poco a poco, voy a ir soltando, pero dame tiempo». Cuando le pregunté si sirvió la conversación hoy, tres meses después, me dijo: -«Mira, ahora me llama casi el doble de las veces, y como sabe que me gustan los maníes, me trae un paquetico y me lo esconde debajo de la almohada o en mi bata de dormir, además, los fines de semana no abre su computadora». Pensativa continua: «Pero esos son paños calientes, me siento desplazada por su trabajo, porque el amor que quiero es su presencia». Este diálogo, nos demuestra que cuando no reconocemos que es nuestra herida la que supura, la que le grita al otro, el otro no tiene idea qué hacer y nada será suficiente, porque ella desecha las muestras de amor, para sólo quedarse en lo que no le pueden dar y confirmar su propio esquema: no soy digna de amor.

Aquí lo que cabe es permitirnos sentir nuestra herida, reconocerla y comunicarla desde mí, sentirme dueño de ella y no ella de mí; ahí se nos aclarará la visión del corazón y podremos valorar al amor donde éste está.

Sé y entiendo que éste no es el camino más fácil, ni el más rápido, pero es uno muy legítimo para crecer desde mí y no perderme de mí.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga