Retomando el artículo del domingo pasado, decíamos que toda necesidad siempre toca dolor y, desde esta energía, nuestro impulso a la búsqueda siempre es ansioso, angustiante y nos deja fuera del control de cualquier negociación posible. He sido testigo de la «Angustiosa necesidad» de una madre para que su hijo adolescente cambie y esto, siempre, además de no surtir ningún efecto, termina entregando un poder al otro, al que sólo podemos entrar a través del dolor, la culpa o el resentimiento. Si llevamos situaciones como ésta a parejas, relación jefe-empleado, sociedades, estaremos dando vueltas en el mismo tiovivo, sin encontrar caminos y perdiendo el control de nosotros constantemente.

El deseo, por otra parte, nos ajusta ente la situación y nos permite una movilidad. El deseo, en principio, nos saca de la urgencia y ésta representa el mayor de los escollos a vencer, pues es allí donde nace la angustia y la ansiedad como mala hierba, y termina minándolo todo. No es lo mismo tener necesidad de ir al baño, que tener deseos de ir al baño, sobre todo cuando nos referimos a lo literal.

Cuando sentimos la necesidad y podemos -luego de unos segundos en nuestro laboratorio interno personal- establecer un escenario donde eso que se necesita puede o no darse, creamos en la mente el estado adecuado, llegando a poseer entonces las dos visiones: la de conseguir lo deseado y la de no conseguirlo, lo que a su vez, nos llevaría a trazar estrategias para comenzar su búsqueda. Toda esta reflexión, que con buena práctica nos lleva apenas segundos, puede significar salir de un mundo de necesidad para entrar en el de los deseos, que se presenta más relajado, más aprovechado y con más control de nosotros y sobre lo que queremos.

Así, imaginemos a un cliente en el deseo y no en la necesidad, una madre hablándole a un hijo, una pareja, una relación laboral, etc. No cabe duda que nuestra cultura se basa en la necesidad y genera constantemente mecanismos muy sofisticados para que necesitemos, pero la contrapartida es el aporte de la conciencia, la reflexión de que si no se me diera tal cual lo que «Necesito», qué haría al respecto, y ya esa necesidad pasaría al deseo, con toda la fuerza relajante que éste tiene.

Para más ejemplo, imaginemos que tenemos la necesidad de vender un inmueble y que de esa venta depende que podamos subsistir el tiempo venidero; si arrancamos dicha venta desde esa energía de urgencia, sin duda que estaremos en manos de los clientes que terminarán poniendo ellos el precio final y las formas de pago. Entrar en el deseo es saber que hay posibilidades de no venderlo ya, por lo tanto, puedo pedir un préstamo con la garantía del inmueble, puedo pedir un adelanto, etc. Esto ya me pone en otra actitud ante cualquier dificultad en la transacción.

No olvidemos, además, que por último y de primero, somos SERVIDORES y para ello necesitamos contar con la actitud y energía apropiada. Y creo que de la necesidad no le sirve a nadie para realmente servir.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga