Es común la pregunta de la gente en cuanto a qué hacer con la rabia, con las explosiones de ira, de las cuales podemos ser presa en cualquier momento, o varias veces en un mismo día. La rabia es una emoción o una forma emocional con muy poca aceptación por parte del colectivo. Desde tiempos inmemoriales, se ha venido censurando, castrando y bloqueando, quedando la persona que la posee totalmente excluida, por el simple hecho de expresarla. Inclusive está contenida en uno de los siete pecados capitales lo que convierte en pecador a cualquier mortal que la posea y la exprese.
En esta cultura de «Sentir al mínimo» y de «Ser bueno», un acto de iracundia nos puede costar la aceptación, la inclusión y muchas veces el sentirnos amados; por lo tanto reprimo algo que nos quema y pone en riesgo tantas cosas importantes al salir, para que, en lugar de explotar, implote dentro de mí, lesionando seriamente mis órganos y mi salud integral.

Muchas son las técnicas que las distintas escuelas o corrientes psicológicas plantean para lidiar con la rabia, todas con parcial éxito, y no debido a la pobreza de la técnica, sino a la misma naturaleza de la emoción. La más difundida y que a mi parecer puede lograr controlar este impulso de explotar y llevárselo todo por delante, es la respiración. Se habla, inclusive, de una amígdala en el hipotálamo que determina y enciende el deseo explosivo, y es sólo el volver a la respiración lo que logra calmarla.

Sin embargo, yo quiero abrir otro camino, ya para establecer y calmar el epicentro de origen y que esta ira nos sirva de mapa o brújula en el camino.

La rabia es una forma emocional que sirve de mampara o de parabán al dolor profundo, de allí que detrás de un ser iracundo, haya un ser profundamente herido que se defiende a través de ella. La ira grita: «No se te ocurra acercarte porque esta zona es demasiado sensible, y la estás profanando». Por todo esto, una manera sensible y profunda de manejar, vivir, y comprender mi rabia, como una expresión legítima de mi ser, es permitiendo entrar dentro de mí y con calma ir penetrando lentamente hasta dar con el dolor que grita a través de mi rabia. Una vez conseguida la fuente, la rabia adquiere otro valor en mí, y no necesita perturbar mi momento, y así, logro atender lo que realmente necesita atención urgente: mi dolor.

Muchos de ustedes, al leer esto, pensarán que es demasiado profundo para algo tan simple como la rabia, pero si no penetramos en la fuente de las defensas, no haremos más que crear una tras otra y en ese juego podemos perder muchas cosas valiosas dentro y fuera de nuestras vidas.

La ira es de esas expresiones que nos atemoriza cuando la vemos, que nos posee cuando nos hace presos de ella, que puede volverse incontrolable y llevárselo todo por delante, que nos hace decir y hacer cosas que no queríamos. Sin embargo, posee en sí misma, como todo, un don liberador muy poderoso. Cuando hallamos la fuente dolorosa, disipamos la culpa y podemos liberar esta fuerza desde un llanto, desde una melancolía, o desde una iracundia, más apegada a nosotros, que somos los sentidores.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga