¿Se imaginan andar por la vida como una suerte de fantasmas, sin cuerpo? Seguramente pasarían cosas previsibles: nos ignorarían, nos tropezarían, nos pasarían por encima, no seríamos objeto de disculpa, ni consideración alguna, etc.
Lamentablemente esto también ocurre cuando poseemos cuerpo. Por miedo al conflicto, a las desavenencias, a que nos dejen de querer; por el deseo de ser amados y tomados en cuenta, incluidos y respetados, pagamos el precio de que la gente se olvide de lo que somos y del lugar que ocupamos.
José Luis, de treinta y un años, llegó a la consulta con un gran duelo por haber tenido que alejarse de su familia, pues sólo se sentía amado y tomado en cuenta cuando ellos necesitaban dinero o algún favor particular. José, profesional, empleado en una empresa grande, devenga buenos recursos y posee buen status social, lo que ha significado, según su versión, que lo hagan sentir culpable y se le guinden indiscriminadamente, haciéndolo sentir utilizado y muy abusado. -«Estoy harto de darles todo, y de mantener a una sarta de vagos que se quedaron varados, dependiendo de mí». Y con lágrimas en los ojos, remataba: -«Pero me duele mucho alejarme, son lo único que tengo, y soy muy familiar».
Evidentemente, la crisis de mi paciente había reventado por el punto más sensible, pero, como toda crisis, acusaba que el abuso, la incapacidad de poner límites y de enfrentar conflictos serían los aspectos a trabajar; la anécdota era sólo la punta del iceberg. Cuando indagamos un poco, reconoció que, en todas las áreas, su mejor y más expedita manera de relacionarse era solucionándole problemas a otros, haciéndose ver como quien no tiene problemas, y quien tiene resuelto el aspecto económico de la vida. Por lo tanto, para qué pelear, para qué sacar su fiera de vez en cuando, y a su faceta dócil en otras… eso implica mucho riesgo, y le puede hacer perder el único bastión de amor que siente tener.
Uno de los aspectos básicos de CRECER consiste en aprender a enfrentarse, a vivir y a pasar por lo que desde el niño, o desde el adolescente, es difícil, complejo o de mucho riesgo; y no implica ni siquiera saberlo manejar, es darle el frente, y quizás poner a todos en su casa en su sitio, empezando por su madre; mostrando su parte vulnerable, y quizás invirtiendo un «mal rato», que bien traerá sus flores luego, traducidas en respeto, en consideración, en volver a darle imagen y cuerpo a lo que soy y a lo que lo demás ven y aman de mí.
Esto se repotencia en su calidad cuando asumimos nuestra responsabilidad, ellos me tratan así porque yo me vinculo desde ahí. Y nunca perder de vista mi relación conmigo para reconocer entonces ¿Cuánto me abuso, me extralimito, me sobrepaso; tanto en el trabajo como en mis rutinas físicas, alimentarias, de recreación, o simplemente de descanso? Ahí, ese inválido que todos albergamos, nos permite saber cuándo podemos y cuándo no; y ante los demás, no obviar nuestro cuerpo: yo estoy aquí y merezco respeto.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga