Mucho se ha avanzado en cuanto a consideraciones y puntos de vista acerca de los procesos terapéuticos, sin embargo, empujados por esta cultura de atajos y de eliminación de procesos, no falta quien quiera asistir a una consulta y pretenda resolver su situación sin internarse en el, nada sencillo, viaje de conocernos y ganar territorio en esa anhelada tenencia a nosotros mismos.

En días pasados, una colega de un diario capitalino me entrevistaba acerca de terapias de vidas pasadas. Le expresé mi respeto hacia ésta y ante cualquier tipo de terapia, por mí desconocida, pero con honestidad le dije que no la aplicaba; y no por descreimiento, sino simplemente porque lo que me apasiona de lo terapéutico es el proceso: ese viaje que nos interna y que nos refleja claramente, a nosotros mismos, como terapeutas.

Ese no «Darse cuenta» de nuestro poder creador y nuestros, a veces invisibles, hilos de amor, nos ponen a repetir de manera inconsciente, una y otra vez, situaciones con los mismos resultados.

Me gusta, por demás, apoyar a una vida durante un tiempo, donde nadamos juntos por mares profundos para luego, cuando las almas lo señalen, dejarnos y quedar unidos para siempre. Me agrada el cambio físico y psíquico que va experimentando el paciente, los hallazgos que realiza y hasta las emociones que aparecen, ahora con consciencia y cuerpo en el proceso.

Pero nada de esto responde a fórmulas, a cosas rápidas, a evitaciones, a atajos; al contrario: exige coraje, disciplina, fuerza interna y hasta consciencia de inversión. A un amigo, a quien el estrés se lo estaba comiendo, le recomendé que se sometiera a una sesión de masajes, y éste medio molesto me contestó: -«Tú y tus cosas, como si un masaje me va a pagar las deudas, o me va a resolver el problema con mi mujer, o me va a mejorar la arritmia que me diagnosticaron. Yo soy un gerente, a mí, soluciones factibles y claras, nada de ilusiones».

Sus múltiples estudios y títulos nunca le indicaron, lamentablemente, que la vida comienza y termina en uno, y que si el centro que soy no vuelve a su equilibrio, los posibles equilibrios externos son meras ilusiones. A él seguramente también le tocará alguna vez la terapia, pero la intensiva, donde tienes que tomar decisiones inmediatas, donde te acuerdas, sí o sí, de que la vida eres tú; donde cuando sales, cambias, y por último, cuando llegas a administración, es tan abultada la cuenta que nunca sabrás si decidiste bien quedándote.

Quizás un trabajo terapéutico, o muchos, como en mi vida son oportunidades de peso para encontrarnos. En todo caso, la equivocación es la materia prima del camino.

Es posible, y que yo lo diga parece propaganda, que en este mundo medio loco, donde nos olvidamos de lo esencial, la terapia pasa a ser un servicio de primera necesidad.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga