Magdalena, de treinta años, llegó a mi consulta aquel día muy irritada y llena de confusión. Su espíritu de mujer de mundo y su impecable presencia física se veían empañadas por esa confusión emocional que genera caos y descomposición. Al sentarse, me expresó: -«Te confieso que no quería venir a consulta, estoy tristísima y te juro que sentirme así, luego de tanto trabajo conmigo, me avergüenza mucho contigo, tú dirás que no avanzo, que sigo igual o peor a como llegué. Pero es que cuando me enteré de que mi ex se va a casar, y que es con una gafa que estudió conmigo, se me revolvió la vida. Para que me saques de una vez de tu consulta, llevo más de un mes en esto, es decir que mientras tú descansabas en tus vacaciones, yo me abría las venas en mi casa… ¿Qué tal? Soy un fiasco como paciente ¿No?» En medio del llanto y la rabia que se daban la mano, Magdalena vivía un drama muy clásico, que más que tratarse de la anécdota con su ex novio, se trataba de su lucha interna entre estar bien y sentirse bien.
Lo que le sucedía a mi paciente era perfectamente humano, una persona que estuvo durante tres años con ella, con quien planificó boda y vida sin concretar nada, se casaba, además, con una dama conocida que estaba viviendo lo que ella soñó; mientras lo estaba viviendo con lo mejor que podía, la voz de su colectivo interno le gritaba hay que estar bien, ¿Qué pensarán de ti? Así nos deshumanizamos y nadie nos recuerda que sentir es parte inherente al ser humano.
El drama de Magdalena no es, ni mucho menos, el de una 4X4, de una mujer resuelta, y menos de una súper mujer que no bota ni una lágrima por nadie; simplemente, se desvestía de todo esto y surgía, de lo más profundo, una legítima expresión emocional que para nada tenía que ver con la boda de su ex, ni con la suerte de su conocida, si no con el despertar a un recuerdo, a una ilusión que aún no había concretado. Y precisamente ahora no había nadie en su horizonte con quien soñar siquiera.
Esa fantasía absurda de borrar el recuerdo, la experiencia y comenzar como si nada hubiera pasado, no sólo nos quita humanidad, sino que niega la evolución. Se podría preguntar: ¿Y cómo, entonces, se crece?
Como se lo dije a ella, lo más importante es validar la emoción y poder ver, con cierta gentileza, lo que en verdad está sucediendo dentro de mí para sacar los accesorios y quedarme con lo sustancial. Es decir, mi paciente va camino de sentirse bien a, quizá aún no, estar bien. Y esto es un viaje a salir de vez en cuando de la tribu, y permitirse estar con uno y en uno mismo.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga