Cuando un pozo o charco de agua no tiene drenaje o posibilidad de movimiento real, se convierte en un subsistema biológico y comienza a generar vida en sí mismo, producto de los elementos externos que circundan, atraídos por esta agua inmóvil.
Esta metáfora podría servirnos mucho en la vida. Nuestra necesidad cultural de estabilidad, seguridad y poder estimulan en cada uno la fantasía inconsciente de parálisis y de inmovilidad. Soñamos con eternizar los momentos: que nuestros hijos no crezcan, que nuestras parejas no cambien, que nuestras alegrías se eternicen y que nuestros cuerpos se mantengan perfectamente sanos, flexibles y llenos de energía. De estas fantasías y míticos deseos viven y se mantienen cientos de miles de fábricas, productos, empresas y proyectos que prometen hacer ciertos estos sueños de forma rápida y cien por ciento efectiva.
Cuando nos dejamos a nosotros mismos de lado, llámese perder el contacto con lo real, lo humano, lo importante en nosotros, somos presa fácil e inocente de esta fantasía y, por ende, de sus consecuentes depredadores. Con esto no me opongo a la idea de que los cuerpos nos se deterioren, las parejas no se fracturen, ni que lo que amamos no nos dé la espalda; pero todos estos deseos deben estar acompañados de las nociones reales de cambio, crisis, caos, desilusión, dolor, rabia, miedo, contradicción, etc. De lo contrario, estamos condenados a caminar, ausentes de nosotros, dejando que el mundo de afuera cree vida en nuestro charco.
Un ser conciente siempre vigila muy de cerca a su más natural y terrible enemigo: la comodidad, y esto poco se refiere a la confortabilidad y practicidad, sino a evitar que el transcurrir de la vida duela, hiera, nos haga padecer, ignorando que todo esto, al ser la sombra del bienestar, la sanidad, el disfrute, forma parte de lo mismo y es inherente a vivir, relacionarse o crecer.
Raquel fue una conversadora compañera de espera odontológica que me ayudó a refrescar lo aprendido en aquél recinto. Me dijo, luego de media hora de conversación, «Carlos, quiero sincerarme contigo, yo soy muy perceptiva y he notado en ti mucha tristeza. Eres demasiado callado, pero luego de conversar, supe de qué se trata: tienes demasiadas responsabilidades que pesan mucho y no te dejan la paz necesaria. Fíjate que yo no tengo hijos porque no soporto a un niño gritando y correteando, no tengo perros porque no me gusta limpiar orines… y estar pendiente de alguien que no sea yo, ¡Jamás! Trabajo desde mi casa porque eso de empleados, oficina y equipo son dolores de cabeza gratuitos y tú no te lo mereces. Así que, como nada es casualidad, te encontraste con alguien que ha resuelto su vida y que puedes utilizar de ejemplo». También supe que esta deliciosa mujer no tiene pareja desde hace años, que todos le huyen y que se siente solitaria, pues luego, exactamente al año, estaba sentada como mi paciente, reconociendo su charco de agua estancada, en la fantasía de que una buena vida es donde no suceda nada. ¡Cuidado! eso puede ni siquiera ser vida.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga