Crecer está relacionado con asumir el adulto en nosotros, ser capaces de tomar consciencia y de revisar nuestras percepciones que, al fin y al cabo, conforman nuestra realidad. Descubrirnos en nuestras trampas perceptivas puede abrir auténticas oportunidades para vernos proyectados y empequeñecidos a la luz de nuestros complejos, prejuicios y limitaciones.

Hace algunos años fui a las Vegas como expositor-motivador, en una convención para una firma internacional. Cuando llegué, me entregaron diferentes itinerarios a escoger, y uno de los que me llamó la atención, y que no había hecho en viajes anteriores a ese mismo destino, era ir al Cañón del Colorado. Entre las opciones estaban desde ir todo un día, acampar en el desierto, etc., hasta viajes en avión, sobrevolándolo en menos de una hora; debido a la agenda que quería realizar, escogí esta última opción. Fui hasta el pequeño y organizado aeropuerto, me montaron en un avión de dos motores y ocho pasajeros, afortunadamente no padezco de miedo a los aviones. De pronto, se monta la tripulación: piloto y copiloto, en ese instante sentí un sorpresivo e inusitado pánico: eran dos mujeres.

Les confieso que el sudé, me puse helado, sentí que aquellas preciosas damas no iban a poder con aquel pájaro de acero, lo que me hizo comprobar que todo mi discurso en contra de la discriminación hacia las féminas, sus derechos y la igualdad, no pasaba por todo mi ser, y que ahora estaba enfrentado a lo más pesado de mis prejuicios inconscientes; entonces entendí el trabajo que me tocaba, no sólo en lo que restaba de tiempo de viaje, porque ya estaba en el aire sin atreverme siquiera a gritar «Bájenme de este aparato conducido por estas ineptas chiquillas».

Resignado y rezando, me pareció eterna la hora de aquel vuelo por encima de aquel paisaje colosal que desdecía de mi estupidez. Al final del vuelo, me acerqué a las chicas y por auto disciplina y respeto a mí -y a ellas-, les conté lo sucedido, y les ofrecí disculpas por mi insensatez, a lo que ellas se miraron y rieron de buena gana, me imagino, y con razón, burlándose de este latino tonto.

Bien saben mis lectores que mi mensaje está muy ajeno, y espero que muy por encima, del acontecer político, pues un país no lo hacen los gobernantes, lo hace su gente: usted y yo. A propósito de la maravillosa Serie Mundial y la excelente participación de nuestro Oswaldo Guillén, le comento a un amigo, muy profesional, muy estudiado, muy académico, lo apasionante de la Serie y éste me contesta: «Yo no quiero saber de esa serie, porque el Guillén ese es chavista». Yo hice que se me cayó la llamada y me quedé perplejo frente a lo pesada que puede ser a veces nuestra pequeñez: no te salvan ni títulos, ni apellidos, ni tenencias. Sólo me dije con pesar: «Un país lo hace su gente y como que no hemos aprendido nada».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga