«Menos mal que yo no soy envidioso(a)», «Yo jamás he sufrido de envidia hacia nada ni nadie».

Me movió escribir este artículo una conversación, a volumen alto, que mantenía una señora con su amiga en una antesala médica. Hablaba de su: -«Pobrecita, por tercera vez la botan como a una perra del trabajo, está tristísima. Es que nosotras padecemos de eso; mira mi mamá, mis hermanas, y yo ni se diga, es que tenemos una suerte para que nos envidien, y sin mover un dedo. Eso es como una mala sombra que persigue a las mujeres de mi familia, a donde llegamos, ahí se despierta y alguien sale a decir cosas, a meter zancadillas, y hasta brujería nos echan, es que no pueden resistir que seamos mujeres de bien, arregladitas, preparadas, trabajadoras, honestas, de familia, y bueno -con picardía- y que le encantemos a los hombres; pero cómo hacemos, eso es un regalo del Señor. Ay no, ella está malísima, yo le regalé una virgencita y un azabachito con coral, pero es tan fuerte la cosa, que ni eso la ayudó».

Es bueno aclarar que la envidia es humana, habita y transita dentro de nosotros; elevados, o no, trabajados o no, y que sólo se podrá diferenciar cuando la sintamos materia de transformación y no de vergüenza y negación, por lo tanto cuando la reconozcamos y no cuando la neguemos o proyectemos en otros. Reconocer la envidia en nosotros, como algo humano, nos permite saber lo que deseamos y movernos a conseguirlo, o saberlo ajeno y entonces desearlo de otra forma para nosotros, pero todos estos procesos nacen a la luz de revisarnos, reconocernos en ella y decidir transformarla. De esto han nacido expresiones humorísticas como «Siento una cochina envidia por tu viaje de vacaciones, pero de la buena, tranquila», o «Me carcome la envidia, pero de la inofensiva, hacia la vida que llevas ahora: pareja, buen trabajo, carro del año, apartamento a estrenar y te has quitado como diez kilos, ¡Wao!, qué cochina envidia, jajajajaja».

Aquí, la envidia mueve a fijarse en todo lo conseguido por el otro, y ahora tocará decidir, si trabajar inspiradamente para también lograrlo en mi vida, o hacer lo posible por destruirle lo que el otro se ha ganado, porque pienso que me lo merezco más yo, y la vida me lo ha negado.

Siempre la envidia es bilateral, es decir tiene dos lados: envidioso y envidiado, por lo tanto, no se concibe sola, como señalaba nuestra amiga de la primera anécdota acerca de su hija. Algo ufanan, campanean, muestran con vanidad las mujeres de su familia que despiertan la envidia tan fuerte y tan de inmediato. Si estas mujeres, o simplemente esta señora, pudieran cambiar el análisis, y en lugar de usar a la virgen o el talismán para alejar la envidia, se dieran cuenta de que ésta es un efecto de algo que ellas muestran con vanidad, podrían encontrar el conflicto y, con él, las formas de manejarlo más constructivamente.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga