Otras veces, en esta misma columna, he tocado el mítico tema del bienestar, que constituye un punto focal en esta cultura de titanes, donde nos llevamos unos a otros, y lo más triste, a nosotros mismos, sin respeto a nuestra integridad, privacidad, humanidad, pasándole al también titánico colectivo nuestro más elemental sentido de sentirnos bien, que está mucho más allá del verse bien y del hacerlo bien, tan importantes en estos tiempos de fashion, certámenes y reality shows.

El otro día fui testigo de un acto simple, pero muy significativo, de esta locura que nos arrastra, dejándonos indefensos ante tanta necesidad de aprobación externa. Me encontraba en un cafetín, y una señora le comenta a otra:

– ¿Viste a Josefina? Está de lo mejor con esos kilos que se quitó, estoy loca por encontrármela para que me diga qué dieta hizo- La amiga que la oye le dice:
– Ay no, ni lo digas, lo que ella tiene es un cáncer que se la está comiendo.
– Noooo, qué horror, quién lo diría.

La amiga le dice:

– Pero si quieres una buena dieta, te doy la que hizo mi cuñada, es buenísima.
– ¿Y cuántos kilos se quitó tu cuñada?
– Doce mi amor, está como una estaca.
– Esa es la que quiero, llámame y me la das para comenzar mañana mismo.

Este diálogo, que no es más que una caricatura real de dos mujeres buscando lo que consideran bienestar. Si se detienen en él, cualquier cosa delgada parece estar bien, y cuando a la más ansiosa le ofrecen la dieta, ésta la recibe con la mayor inconciencia. En ningún momento surgió la pregunta humana de ¿Y cómo se sintió tu cuñada?, porque bien se le pudo dañar un órgano, cambiar el humor, etc. Pero eso no es importante.

Así, ponemos nuestro deseo de bienestar en manos de cualquiera, conocedor o no, quien jamás se digna preguntarle al buscador: «¿Te sientes bien con la dieta o el tratamiento, o con lo que estás haciendo, lo asimila tu cuerpo, lo sientes en tu energía, en tu ánimo, en tu diario vivir?».

Hace poco me encontré en el cine con alguien a quien había conocido en el gimnasio, con quien varias veces entrené y siempre fue muy cariñoso conmigo; esta vez, apenas me saludó. Cuando salimos, nos tropezamos nuevamente, en la cola para prepagar el estacionamiento y me dijo: «Ando insoportable es que estoy descargando». Y yo le pregunté que cómo así, y me respondió: -«Semana y media sin ningún tipo de carbohidratos, pero claro, con este humor de perros». Y seguí yo: -«¿Y para qué es esa dieta tan dura?». Me contestó con la mínima sonrisa que le quedaba: -Es que me voy una semana para los Roques, y tú sabes, hay que verse bien.

¡Wao, qué bienestar! Todo el mundo opina y sabe lo que te hace bien, aún sin conocerte, y todos seguimos como borregos; pareciera que el estar bien nunca pasa para nada por el único criterio importante y trascendente: el sentirnos bien.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga