No cabe duda que el amor, como emoción humana, es poderosa y tiene en sí misma, quizás como ninguna otra, la capacidad de transformar, influir, empujar, trastornar y hasta crearnos paraísos de esos en los que las mariposas en el estómago y la ansiedad se nos vuelven deseables. Todo esto y mucho más es el amor; sin embargo, cuando nos referimos al amor relacional, la idealización de él, es la trampa que, en mi experiencia tanto humana como terapéutica, comúnmente nos atrapa para siempre estar huyendo de él, creando paraísos ficticios en los cuales la supuesta equivocación, la mala elección, el rápido cansancio, o el hartazgo se hagan dueños de la situación y me permitan el salvoconducto de la salida.
Recordemos que el amor, entre sus cualidades, exhibe la de sacar todo lo que no es amor, por ello, lo primero en rodar en una relación es la idolatrada ilusión, que nos ha llevado a paraísos inconscientes y llenos de planes que tienen más de sueños ingenuos que de verdadera fuerza de amor. El tránsito de un amor comprometido ya no tan sólo con la otra persona, sino hasta con uno mismo, pasará por toda suerte de desilusiones, pesares, dificultades, escollos. Y cuanto más cercano se esté a estos elementos, serán clarísimos y los que nos enseñarán caminos legítimos de nuestra individualidad.
Esa mitad diabólica que nos exhibe Eros es aquella que nos descontrola, esa que nos flecha y nos deja inconscientes, creyendo ser el protagonista del más bello cuento, hasta que Psique derrame la cera en el cuerpo del dios y lo haga huir de su regazo, dejándola en el profundo dolor ante la pérdida, y comenzando allí todo un largo periplo para volver a ese amor, ahora sin encantamientos, sin magias ni hechizos, sólo con nosotros mismos, nuestras sombras y monstruos, cabalgando la desilusión y deseosos de la reconstrucción.
Es importante recalcar que esta soledad relacional, que ya se hace común, termina conformando una vida cómoda, Light, pero vacía; y nos llama con intensidad a que restauremos el amor relacional, lo limpiemos de tanta pompa de jabón, le demos el justo valor y le devolvamos la fuerza y humanidad que posee, ya no porque encuentre siempre las puertas para huir de lo oscuro de él, sino que incluyendo lo oscuro, lo difícil, permita que esa delicada decisión de amar algo o a alguien, nos incluya y decidamos con humana certeza quedarnos a vivir, a sufrir a, sobre todo, decidir amar.
Sería lastimoso seguir prodigando sólo lo bello y maravilloso del amor, también agreguemos lo que sabiamente dijera el Dalai Lama a propósito del advenimiento de este nuevo milenio: «Ten en cuenta que un gran amor y un gran logro entrañan grandes riesgos». Así, no cabe duda, tendríamos un mundo más fluido, entregado, y abierto al amar, más que al amor, y esa vocal marcaría una profunda diferencia en este difícil y milagroso riesgo que significa vivir.
En este mes, dedicado al amor, rompe tu pompa, o por lo menos ponte el paracaídas para que cuando se rompa, no caigas en «Tierra de nadie».
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga