A finales de Noviembre escribí un artículo titulado «Cuando la pequeñez nos pesa», y recordaba en él a un amigo que siendo amante del base-ball, se había negado a seguir la Serie Mundial sólo porque Oswaldo Guillén, el manager del equipo que se titularía campeón, era chavista. Este artículo, como pocos, movió una serie de opiniones que llegaron a mí, vía correo electrónico y hasta por correo escrito. En estas correspondencias, había desde otros ejemplos, hasta gente que me etiquetó de pro régimen, de traidor de algo que llaman «La resistencia», etc. Estas reacciones, para un comunicador, no dejan de ser muy deseables, pero quedarse en eso sería ciertamente frívolo y provocador, cuando lo que pretendo, muy humildemente, es una reflexión cercana y humanizante.
Así pasaron los días, los meses, y hace poco, tomándome un café en un establecimiento, aparece una dama, algo turbada dando los buenos días y el feliz año, algo trasnochado, de pronto cuando la dependienta se lo contesta, la señora le dice: – «Imagínate, todas las cositas que te compré en navidad para regalar y para mí la muérgana de la mujer de servicio que tenía se las robó». – Y sabiéndose con público continuó: «Es que todas esas bichas roban, sin excepción, hay que cuidarse porque ahora se sienten apoyadas; yo las encarcelaría a todas». De pronto, una señora que estaba acomodando la estantería, sentada en el piso, casi desapercibida, se levantó y, sin levantar la voz, enfrentó a la dama con una decisión muy clara: – «Señora, con mi respeto, yo soy dueña de esta tienda, y acepto que los clientes se expresen, pero no puedo permitir que su rabia le haga decir tales cosas, en principio porque mi madre fue una inmigrante que durante treinta años fue sirvienta y nos levantó a todos en casa. Yo le juro que ella nunca robó, porque ladrones y personas inconscientes están en todas partes». Estas palabras las emitió, sin dejar de mirar a la mujer fijamente y sin levantar la voz. Respiró y remató su discurso diciendo: «Yo soy esposa de un expedevesa, hoy en día sostén económico de familia y, de lo único que estoy segura, es de que no puedo actuar de la misma forma que rechazo en otros, porque mi vida se me convertiría en un verdadero desastre. Lo que yo más he censurado de este gobierno es que meten a todos en un mismo saco, y que los dividen desde el resentimiento, por lo tanto, yo no quiero eso ni para mí ni los míos. Ojalá le sirva como reflexión, y le hablo en nombre de mucha doméstica honesta en este país». Se volvió y siguió con lo que estaba haciendo, sin aspavientos, ni dramas; la clienta miró a la dependienta, tragó fuerte y pidió un té. En lo que a mí respecta, me provocó soltar el café y la bolsa que llevaba y aplaudir apasionadamente, mientras pensaba: – «Por fin a alguien le cayó la locha».
Como he dicho muchas veces, un país no son sus gobernantes, son sus habitantes, tomemos consciencia y responsabilidad en ello, a ver si nos termina de caer la locha.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga