La responsabilidad, aún cuando es un atributo social y colectivo importante, es digno de revisión permanente en cualquier ser que decida crecer. Entendamos responsabilidad como la habilidad, destreza o posibilidad de dar respuesta, enfrentar o asumir algo que nos corresponde.

En nuestra cultura light, evidentemente, esto se nos vuelve cuesta arriba y nos deja atrapados en un colectivo que nos recuerda que la vida es corta, que no hay que enrollarse. Entonces optamos por limitar nuestra responsabilidad a aquello que la tribu dice que es serlo, así le demos la espalda a lo que nos pide la vida, el quehacer y las relaciones.

En días pasados, en medio de un evento, me detuvo una señora para contarme que tenía dos hijos y que le preocupaba mucho el pequeño por ser hiperactivo y presentar problemas en la escuela. Algo me hizo preguntar por su hijo mayor, a quien nunca me refirió, y ella contestó: – «No, con ese estoy tranquila, porque a él lo cría mi mamá y nadie lo haría mejor que ella». Algo se me movió y, quizás un poco crudo, le dije – «Amiga, ese hijo no lo parió tu madre y, sin duda, ella hace lo mejor que puede por criártelo, pero nunca lo nutrirá en todos los aspectos como tú, debido a una sencilla razón: si vino de ti, necesitará de ti». Aquí tocamos la responsabilidad en cosas que delegamos, a las que les damos la espalda, de las que rehuimos o que simplemente pasamos de largo sin darles respuesta.

Mauricio es dependiente de un restaurante al que me gusta ir y al que voy poco porque termino de terapeuta y, a veces, no estoy de ánimo. En una oportunidad me contaba este buen hombre: – «Tengo mi hija mayor que es desordenada, impuntual y, sobre todo, irresponsable. Eso me molesta porque su madre y yo somos personas trabajadoras que le hemos dado el mejor de los ejemplos, y ella nada, es como si fuera de otra familia, y lo peor es que ya es mayor de edad». Le dije a mi amigo que su hija estaba gritando muy fuerte cosas que ni su papá ni su mamá escuchaban, y que mientras no la escuchen realmente, se repetirán o empeorará la conducta, muchas veces inconsciente de ella. Mauricio no entendió y me lo hizo saber. Entonces traté de explicarlo, formulándole preguntas simples: – «A ver: ¿Desde cuándo no te permites salir con tu hija, desde cuándo no te haces un chequeo médico, hace cuánto no tomas vacaciones, hace cuánto no te quedas un día en casa disfrutando de los tuyos, hace cuánto no vas al colegio de tu hija?». Él me miraba y decía: -«Yo tengo que llevar el pan a casa, no puedo dejar mi negocio solo, y ellas lo saben». Entonces, aquí vemos cómo la hija, en un acto inconsciente, le espeta a su padre el caos, la desidia, la indiferencia que él muestra hacia las cosas más importantes, convirtiéndolo en muy irresponsable de su propia vida, por más aparentemente responsable que se muestre. El caso de Mauricio y de su hija es el claro ejemplo de no asumir lo que nos corresponde y no hacernos las preguntas correspondientes para luego darles respuestas que nos permitan crecer.

Sigo este tema en la próxima entrega.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga