Continuando con el tema desarrollado en la pasada entrega, recordemos que les planteaba la responsabilidad como aquella capacidad de dar respuestas ante aquello que asumimos, nos corresponde, o simplemente escogemos. Es importante que las respuestas emitidas lleven nuestra dosis personal, es decir que más que ser correctas o no, que nazcan de nosotros, que tengan humanidad, nuestra personal manera de ser. Por lo tanto, el dar una respuesta no implica hacerlo bien, simplemente hacerlo, así sea expresando el no saber qué hacer, aún sabiendo que algo hay que hacer porque me corresponde, porque lo siento mío.

Semanas atrás, cuando hablábamos de «La traición», explicaba que ésta surge de habernos dormido en la confianza, y que ahora no sería lo ideal irnos al otro extremo y volvernos desconfiados, sino mantenernos alerta, despiertos, vivos. Este «Estar vivo» al que me refiero, es tener la capacidad de dar respuestas ante lo que nos sucede. He sido testigo, presencial y vivencial de, por ejemplo, sociedades de negocios donde, quien ejecuta o crea, no se mete en números; es más, ni siquiera los mira, y menos los analiza porque esa no es su área, simplemente los entrega, delega o deja en manos de ese socio quien sí los maneja. Pero tarde o temprano el «Delegador» puede llevarse un susto, y ahora, no porque su socio sea deshonesto, sino porque, si ese negocio es suyo, le corresponde estar despierto en él, en todas sus áreas. Así, el socio no hábil para los números tiene, sobre todo, en esa área que menos domina, que estar mucho más despierto, puesto que es SU RESPONSABILIDAD.

Ana María, es una antigua amiga, quien actualmente vive en Brasil, debido a que hace años, luego de una desilusión con el marido al descubrirle un amorío, aprovechó un viaje corto de él, para ejecutar una mudanza completa: vendió algunas cosas, guardó otras, y se marchó al exterior sin explicarle nada, ni dejar rastros claros, hasta el sol de hoy. Su marido, doce años después, le pide el divorcio con la frustración de no tener ninguna explicación del hecho. Ella se negó a explicar, ni a hablar del suceso. En este caso, si bien ella tuvo una reacción, es decir respondió ante una noticia inesperada, esta respuesta no es acorde, para nada, con la responsabilidad que ella un día tomó de estar, convivir, casarse y establecer una vida con alguien. Yo no soy quien para juzgarla, sus razones tendría, pero su real responsabilidad era exigir una explicación de boca del ser que responsablemente escogió para casarse; luego, las acciones consecuentes son libres.

Por lo tanto, toda acción que conduzca o tenga como motivación EL PODER o EL ORGULLO, carece de una responsabilidad adulta y conciente, sirviendo solamente para vengar una causa, en desmedro del crecimiento de los involucrados y la posibilidad de cerrar sanamente un ciclo.

Responsabilidad es un acto de adultez, donde asumimos lo que nos corresponde, y acertadamente o no, actuamos.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga