Sin duda, de todas las emociones, el amor es la más manoseada, la más referida y en la que en su nombre más locuras se han cometido. Lo que para usted podría ser un abnegado acto de amor, quizás para mí sería de un perjuicio incalculable. Sin entrar en la necesaria relatividad de nuestro mundo emocional, creo pertinente emitir ciertas opiniones acerca de este polémico tema, que nos permita identificar cuándo estamos en amor, y por dónde entramos o salimos de él.

Imaginemos lo siguiente: un popular cantante está a punto de salir al escenario, las localidades agotadas, y el público aplaude aclamando su presencia cuanto antes. En la víspera, este artista había recibido la noticia de que su esposa, en otro país, se había llevado a los niños, mudado sus cosas y lo demandó. Éste ama a sus hijos y valora notablemente la gran aspiración de una «Casita feliz».

El cantante está allí, destrozado; él sabe su profesionalismo lo sacará adelante en el concierto, pero la desolación que siente, las ganas de acostarse a llorar, no se compadece con las más de 16.000 personas que lo aclaman, que gritan que lo aman y que, al verlo salir, le harán llegar toda clase de demostraciones de este amor. Ahora… ¿Le servirá a este artista el amor de tanta gente para sustituir, aplacar, postergar o tapar su dolor? Seguro que no, y esto se debe a que el legítimo amor de sus fans está consagrado a su hacer y es básicamente admiración, lo que carece de los dos componentes humanos que nos permiten vivenciar, sentir y demostrar el amor relacional: atención y tiempo.

Una amiga mía llegó a un almuerzo que íbamos a compartir y, llena de desesperanza, me decía: – «Vengo de buscar el boletín de mi hija, tú sabes lo que son quince años, cuarto año y siete materias aplazadas, te juro que me rindo. Ni psicólogos, ni profesores particulares, ni castigos, ni nada ha servido, estoy harta de esto, y te juro que toda la autoayuda, los talleres no me han servido de nada». Me quedé callado, respetando su sentir, hasta que me pidió que le dijera algo, me reí y sólo le hice preguntas: – «¿Y no será que tu hija está gritando un poco de atención de tu parte, que sólo logra cuando tiene este resultado académico?, ¿No será que en tu exitosa carrera publicitaria algo te tiene que bajar a tierra para decirte que en el camino hace falta amor? Acaso tu hija, de forma inconsciente, te está pidiendo que retomes tu rol de madre». Allí se encendió y algo molesta me dijo que eso sí que no, que en su casa no faltaba nada, que a esa niña le faltaba sarna para rascarse, a lo que volví a intervenir y le dije: – «¿Has pensado qué le estás dando extra, como madre, que un orfanato, no le daría? Ahora que estás enamoradísima de tu jefe y que suspiras por él, ¿qué cosas has hecho en este amor?». A ella se le iluminaron los ojos y pícaramente me dijo: – «Mandarle flores, que nos de el amanecer hablando de nosotros, llamarnos simplemente para decirnos que nos queremos», y yo ingenuamente le pregunté: – ¿Has hecho alguna de esas acciones amorosas por tu hija en este último mes?

Hubo un silencio, en el que entendimos que el amor que nos sirve que llega al corazón es el que contiene ATENCION y TIEMPO.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga